sábado, 10 de noviembre de 2018

Intermezzo, instalaciones

Columna de Fernando Villegas: 


Los idos no creen realmente haberse ido. Se consideran en compás de espera. “Volveremos en cuatro años”, dijo un ministro, frase que, según quien sea el oyente, se entiende como una promesa o una amenaza.
El breve revoloteo de la banda tricolor desde el maternal y acogedor pecho progresista hacia el enjuto y plano de la “derecha cavernaria, reaccionaria y retardataria” encarnada por Piñera no significó mucho para la Primera Legataria de la Nación y su Gran Elenco. Como habitantes de un mundo paralelo donde existen pocas razones públicas pero muchas fantasías políticas, no fue, para ellos, ni el epílogo de una derrota ni la inauguración de un exilio ni la consecuencia de una culpa. La única versión que aceptan como causa de su tropiezo es la mala onda de los fachos pobres, la pésima comunicación y el machismo-leninismo que habría acosado “despiadadamente” a la Presidenta. Es una mirada profundamente autocomplaciente donde se mezclan en tumulto la inocencia, la ingenuidad, la porfía, la ignorancia y el oportunismo. Es lo que les permite creer que su legado es inmenso y su salida de La Moneda sólo un transitorio hipo. Por eso era innecesario ir muy lejos en el ejercicio de purificación y penitencia llamado “autocrítica”, del cual se olvidaron en una semana.

“Volveremos…”

Hay más: los idos no creen realmente haberse ido. Se consideran en compás de espera. “Volveremos en cuatro años” dijo un ministro, frase que según quien sea el oyente se entiende como una promesa o una amenaza. Para ellos la derrota en las urnas fue una anomalía. A su programa no lo consideran muerto sino vivo, no fugaz sino imperecedero, absoluto, inmejorable e intangible; por eso siguieron gobernando “hasta el último día” en La Moneda y pretenden seguir haciéndolo fuera de ella por medio de una penadura política administrada desde el Más Allá, esto es, desde pitutos en organizaciones internacionales u ONG progres.

La primera manifestación del uso de esta tabla ouija del progresismo fueron los proyectos legislativos enviados en la hora 25, suerte de torpedos dirigidos a un blanco que navega mucho más lejos de dicho “último día”. El plan es seguir vigentes con iniciativas legales, pataletas valóricas y defensas del legado que deberán discutirse en el nuevo gobierno como si fuera el antiguo. En vez de usar ese tiempo con sus propios proyectos, se pretende que el Presidente Piñera caiga en la misma situación que experimentó en su primer mandato, cuando debió ocuparse más de reconstruir el país que de construir su agenda originaria. Con esa injerencia de ultratumba la ex Presidenta y su círculo rehabilitan y resucitan la estrategia que, se dice, inspiró a Jaime Guzmán con su Constitución. Guzmán habría calculado que con ella aun el adversario se vería constreñido a ejercer su poder dentro de cierto marco jurídico; en este caso se pretende que “la derecha” se vea compelida a gobernar dentro de cierto marco político. En resumen, para la NM y la señora Bachelet el gobierno de Piñera será -o esperan que sea- sólo un “intermezzo”. Para eso cuentan con el Congreso, con al menos 100 mil combatientes instalados dentro de la administración pública para defender el “legado”, con los “movimientos sociales”, en especial los estudiantes, siempre tan útiles, con los gremios digitados por el PC, con los efectos del descalabro institucional y financiero y sobre todo cuentan con el estado anímico y los “valores” que dejaron instalados.

Instalaciones

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Los “temas instalados” de los que los idos a medias se jactan como obra de gran mérito son las trabas más dificultosas con las que tendrá que lidiar el nuevo gobierno. Se trata de posturas incrustadas en la mente popular como verdades de a puño, axiomáticas e incontestables. La sensación predominante es que si se instalaron es porque son buenas, aunque dicha transferencia automática de valor desde la cantidad a la calidad es una falacia. ¡Cuántos errores y monstruosidades no han estado instalados en la conciencia colectiva y cuántos crímenes no se han cometido a base de ellos! Por miles de años lo estuvo la idea de que la Tierra era plana y hoy, 2018, millones de fieles tienen instalada la idea de que su fe les exige obligar a las mujeres a cubrirse de pies a cabeza. Hay miles de “instalaciones” por el estilo. Casi podría decirse que la entera cultura políticamente correcta de cualquier momento de la historia es un tinglado de ridículas instalaciones dando lugar, por esa razón, a una narrativa de crímenes, miserias y locuras. Por eso digo: ¡Líbranos Señor de las instalaciones! Toda idea o sentimiento “instalado” es obsoleto precisamente porque estando instalado resiste porfiadamente el raciocinio, la lógica y la evidencia empírica, mientras lo recién instalado suele ser erróneo porque se instaló acomodándose a los discretos poderes mentales de doña Juanita. Instalada o no instalada, de ayer o de hoy, toda idea debiera resistir el análisis de la razón. Su edad no viene a cuento.

La lista

¿Con qué instalaciones se topará el actual gobierno? Con la de que el “lucro” es pecado mortal en varios ámbitos y al menos sospechoso en los demás, con la creencia de que el tema de la identidad de género es de gran trascendencia para el país, con la popular idea de que la gratuidad es un derecho exigible en cada vez más áreas, con la de que los empresarios son casi todos una turba de ladrones y/o explotadores y con la increíble memez de que ser un país “acogedor” significa dejar entrar a cualquiera, en masa, sin “discriminación”. Agréguese la grandiosa idea geopolítica de que los extremistas mapuches son combatientes de una causa justa.

Ante esa máquina de instalaciones el gobierno tal vez adoptará la estrategia de dejar avanzar las iniciativas que, por ser “valóricas”, no afectan el funcionamiento y fundamento del país, el cual radica en el orden institucional, territorial y económico. Si mañana alguien podrá firmar Eugenia en vez de Eugenio eso no afectará el IPC, el PGB ni el funcionamiento de las policías, la salud, RR.EE., etc. Para ser francos, esa clase de temas interesa sólo al 0,01% de los chilenos y a la infatigable barra de los escolares progresistas, a nadie más. Es con dicha anuencia a regañadientes pero disfrazada tras una amorosa sonrisa de modernismo -para eso está Evópoli- que se intentará aminorar o embotar la resistencia opuesta a los ajustes en los campos vitales.

¿Cuáles “instalaciones” tienen un atisbo de buen sentido y merecen su condición de tal, al menos por ahora? Imposible saberlo sin un examen lógico y empírico que ni promotores ni detractores han acometido en serio o por el tiempo suficiente. En el tema de la identidad de género, por ejemplo, muchos artículos científicos -pueden encontrarse en Google- sugieren su carácter de mero artefacto ideológico. ¿Es eso decisivo? Tampoco. Puede haber otros que digan lo contrario. Además también debe evaluarse el peso relativo de lo que piense la ciencia respecto de lo que sienta la ciudadanía. Pero este tema, como los demás, nunca pasó por una revisión de esa clase. Rato ya que todos se convirtieron en movimientos, en eslóganes, en pasión y a menudo en pura y simple imbecilidad. Se convirtieron en “instalación”.

La historia

No vale la pena reprocharle eso a nadie. Así es como siempre se ha movido la historia. La humanidad entra y sale de eras ideológicas masivas y dominantes no por la fuerza de la razón sino por el empuje de las pasiones y de intereses envueltos en feroz gritadera y piadosa palabrería. El proceso entraña absurdas demoliciones, grotescos errores, enormes costos humanos y algunos aislados aciertos. Sobre estos últimos se construye hasta la próxima entusiasta demolición y penosa reconstrucción. Encarar esta necesidad es el papel al que se resignan los grandes políticos. Consultado una vez sobre su agenda, el gran canciller de hierro Otto von Bismarck afirmó que no tenía ninguna; su estrategia era maniobrar lo mejor posible dentro y sobre la ola que de todos modos sobrevenía para así disminuir los costos y aumentar los beneficios. Algo parecido pensaba Hegel cuando afirmó que no había nada más tonto que pretender darle lecciones a la historia. Está por verse cuántos grados de bismarckismo y/o hegelianismo hay en la mente de Piñera.R

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