domingo, 29 de marzo de 2020

Amenazas Virales, “Demandas Sociales” a

 Fernando Villegas - Marzo 15, 2020



Si en Chile el Covid-19 crece exponencialmente y produce los efectos que se ven ya en otras naciones, y, por añadidura, nuestro gobierno adopta medidas similares a las de aquellas, entonces, ¿qué efectos producirá eso en el escenario político?

La pregunta viene a cuento porque inevitablemente la escala misma del fenómeno debiera producirlas. Inconcebible es que “política” y “pandemia” corran cursos paralelos. Aceptando ese “si”, que siendo un condicional es de todos modos muy probable, imposible es que la dinámica política que vive Chile no se vea afectada.

Los factores que tendrían – o tendrán–  que producir dicho efecto son los siguientes:

1. La captura casi absoluta de los medios de comunicación por la pandemia y sus consecuencias, lo cual equivale a una proporcional disminución relativa del tema político. Debe considerarse que la agitación mediática ha sido FUNDAMENTAL para definir la naturaleza de los eventos del 18 de octubre en adelante como “estallido social”, instalarlo de ese modo en la conciencia pública, preservarlo en dicha condición y últimamente inocularle vigor en momentos en que el presunto “estallido social” ha ido perdiendo respaldo ciudadano en la medida que se desnuda la violencia y agenda de sus grupos originarios. No sólo en este caso sino en cualquier evento político la circulación de ideas y sentimientos no es sólo un fenómeno de comunicación, un mero instrumento o anexo, sino parte constitutiva de su naturaleza. La política es acción conjunta convocada por mensajes, llamamientos, convocatorias, metáforas, narrativas, interpretaciones; si el mecanismo que lo hace posible se entorpece, entonces el hervor político se entibia y eventualmente enfría y hasta congela. La entera política de la censura se basa en ese axioma.

2. Las concentraciones, marchas, etc, se harán imposibles tanto por el temor de sus eventuales participantes a poner en riesgo su salud como por estar, ahora, LEGÍTIMAMENTE prohibidas y por lo mismo, si llegan a existir, LEGÍTIMAMENTE disueltas. Amén del factor comunicacional ya mencionado, la presencia visible en espacios públicos es también parte esencial de la existencia de un movimiento político, más aun si este pretende su legitimación precisamente alegando una representación masiva del pueblo. Su disminución y hasta desaparición asestaría entonces un golpe mortal a las “demandas sociales”.

3. La acción rápida, visible y efectiva del aparato del Estado para afrontar la crisis de salud no podrá sino fortalecer la imagen del gobierno y del presidente, así como de la fuerza pública que se ponga en acción para esos efectos. Lo contrario sucederá si la oposición, sea o no sea el caso, instala la percepción de que la respuesta del gobierno ha sido INSUFICIENTEEEEE!!!

4. La posible y quizás hasta probable postergación del plebiscito -por ser, un acto electoral, un evento muy masivo totalmente en contradicción con las medidas de “distanciamiento social” que impone la pandemia– introduce un factor de enormes consecuencias, aunque de mucho más arduo pronóstico y quizás hasta del todo imprevisible. En efecto, las siguientes sub variables pueden entrar en acción:

5. La forzada paz resultante de la dificultad para convocar actos masivos puede gradualmente disociar la alternativa “apruebo” de la violencia, disminuir la ansiedad de muchos votantes al respecto y hacer así más plausible y legítima dicha opción para los sectores ahora dudosos cuando finalmente la votación se celebre.

6. O, al contrario, el enfriamiento del fervor político debida a la postergación y la omnipresencia del Estado haciendo las veces de médico y enfermero pueden otorgarle a la opción “rechazo”, directa o indirectamente asociada al status quo, una dosis extra de legitimidad y fuerza.

7. Si la pandemia genera efectos de “destrucción masiva” de la vida económica y produce además un número importante de muertes, la situación psicológica y política que sería el efecto podría llevar a una SUSTITUCIÓN del plebiscito por algún otro mecanismo de reforma, lo cual, automáticamente, anularía completamente la energía cinética del movimiento revolucionario.

8. Si dicha posible postergación se anuncia, los grupos violentistas podrían reaccionar con aun más violencia y de esa manera destruir del todo los ya precarios fundamentos de su presunta representación del interés ciudadano. Más aun, el gobierno contaría, en ese caso, con un apoyo masivo y abierto –aun más del que ahora escondida y calladamente tiene– para llevar a cabo medidas policiales efectivas.

9. Un colapso económico entendiendo por tal tasas de cesantía de 20% o más pondría en el escenario una situación tan crítica que, inevitablemente, el centro del escenario político se transformaría del todo ya sea sacando completamente del escenario el tema plebiscitario, o, a la inversa, haciéndolo parecer aun más urgente y más asociado a cambios institucionales globales del modelo.

Todas estas variables y sub variables no sólo son complejas en sí mismas sino, todavía más, en sus mutuas interacciones generan complejidades aun mayor, lo cual a su vez depende del grado de daño que la pandemia inflija al país.

¿Qué clase de pronóstico puede entonces hacerse respecto a la relación política-pandemia? Los factores mencionados -y sin duda hay algunos más– configuran un cuadro digno de la teoría del caos, esto es, un sistema de interacciones de tal complejidad que resulta incalculable. Una sola cosa parece indiscutible: todo movimiento político depende, para su existencia, en seguir haciéndolo y cada vez con mayor velocidad o intensidad; si algo lo entorpece o hasta detiene, muere. Y debido a esto podemos prever una segunda cosa: la oposición hará todo lo posible por usar la reacción del gobierno a la pandemia a su favor, caracterizándola de la peor manera posible aun si esta es efectiva. Si lo hace será el manotazo de quien se ahoga.

martes, 24 de marzo de 2020

Del Resentimiento Eterno.-a


Axel Kaiser ha publicado una muy buena columna –“El Virus después del Corona Virus”, Diario Financiero– sobre el resentimiento. Concluye su columna manifestando que gran parte de la población chilena es sana y eso daría al país alguna esperanza de curarse de ese virus. Lamentablemente la esperanza es, en realidad, sólo de Axel, quien, aunque brillante, es también joven, pecado capital que hace posible el venial de la esperanza.

Lo califica como un virus que ha sido inoculado a raudales en el sistema circulatorio nacional y que perseverará aun después que desaparezca el corona virus. Habrían colaborado en su inoculación incluso gentes “de derecha”, las cuales, precisamente por estar ya contaminados, sienten culpas por sus ventajas sociales, económicas y culturales aun si se las han ganado y/o bien aprovechado. El resentimiento parece conocer una sola cura, la igualdad a ultranza por medio de la destrucción radical de la desigualdad o, más bien, de los desiguales de arriba. Kaiser, sin embargo, concluye su columna manifestando que gran parte de la población chilena es sana y eso daría al país alguna esperanza de curarse de ese virus. Lamentablemente la esperanza es, en realidad, sólo de Axel, quien, aunque brillante, es también joven, pecado capital que hace posible el venial de la esperanza. Aun no ha tenido oportunidades suficientes para perderla. Por eso puede también creer, como lo dice al comienzo de su columna, que al menos por un tiempo la clase política ha dado muestras de cierta unidad.

Todo depende de a qué se llame “unidad”. El “arrejuntamiento” producido por una turba que huye del mismo incendio y se apelotona en el “Exit” no equivale a “unidad”. Si unidad significa algo es unidad de ideas, valores, sentimientos, metas, etc. Nada de eso se ha visto en este caso. Al contrario, lo que hemos visto ya y veremos con mayor abundancia en el curso de los días es, por parte de la oposición, un sistemático intento de caracterizar como “insuficientes” las reacciones del gobierno, culparlo de lo que se pueda y tratar de aparecer en los escenarios mediáticos que les son tan hospitalarios como los auténticos curadores de la nación, los impecables médicos de bata blanca y buenas ideas. Hasta el último pelafustán del sector se colgará del cuello un estetoscopio y correrá de un set televisivo al otro para ver modo de sacar renta política del desbarajuste.



Incluso las medidas gubernamentales más obvias en su necesidad y eficacia serán vistas, desde la izquierda, con la mirada torva del que sospecha, del que duda. Se les pondrá “un cuatrito”. Y tarde o temprano algunos de los genios deslumbrantes del sector buscará modo de pegar el corona virus y sus efectos a la naturaleza del “modelo neo liberal”, del imperialismo  y de la desigualdad.  

En cuanto al resentimiento, es de dudarse que en ese respecto haya en Chile una población sana. El virus fue inoculado hace muchísimo tiempo y goza de muy buena salud. La única novedad que ofrecen los distintos periodos históricos es la intensidad con que resurge y si acaso se convierte o no en pandemia política. Si hoy su intensidad es mayor es porque más grandes son las masas y sus aspiraciones y por tanto más voluminosas las frustraciones, más delirantes las exigencias y por consiguiente más extremas las violencias y más imbuidas las poblaciones en la increíble idea -muy nueva, aparecida recién en el siglo XVIII en los textos iluministas que convirtieron por primera vez en la historia el estado posible e intermitente de “felicidad” en un derecho– de que “se les debe”  una plena satisfacción de todo, pero muy especialmente se les debe la aniquilación de las jerarquías aunque estas no nazcan de abusos e instituciones sino de las inevitables y naturales desigualdades entre los seres humanos en materia de inteligencia, talento, diligencia, presencia, fuerza, voluntad, perseverancia, paciencia, etc.

El resentimiento no es una enfermedad que ataca el organismo, sino parte constitutiva de este; viene con la naturaleza humana tal como el hígado o los pulmones. Por largos momentos duerme o dormita sin hacer otra cosa que refunfuñar en espacios privados al modo como Umberto Eco lo dijo, en su comedor o en la peluquería; en otros momentos despierta y se une a otros soñadores del odio y la rabia y da origen entonces a un “movimiento” encaminado al Gran Día de la revancha, el día de los cuchillos largos, el día de incinerar a la policía, el de apedrear a los famosos, el de quemarlo todo y arruinarlo todo porque, en su estado extremo de delirio, el resentimiento hace que en cada quien se encarne el Lucifer que en el “Fausto” de Goethe se presenta diciendo “soy el que siempre niega porque nada de lo que existe merece existir”.

Ese Lucifer casi grandioso y digno en la prosa de Goethe lo tenemos, en Chile, en versión más rasca, eso es todo. Pero, como ese otro Lucifer, nunca muere. Es eterno.

"El virus después del coronavirus

Axel Kaiser Director ejecutivo Fundación para el Progreso (internacional)

: Jueves 19 de marzo de 2020 a las 04:00 hrs.

Sin descartar su aspecto trágico, el coronavirus fue lo mejor que pudo pasarle políticamente a Chile. Con un enemigo común al cual combatir y encontrándose todos en riesgo, por primera vez en mucho tiempo nuestra beligerante clase dirigente ha mostrado señales de unidad
El tema constitucional, ese tercermundismo refundacional que alimenta todo tipo de fantasías, pasó definitivamente a un segundo plano. El gobierno, en tanto, tiene la gran oportunidad de recuperar parte de su bajísimo respaldo si gestiona bien esta crisis, cuestión que es probable porque, si bien Piñera es un mal político, es un excelente manager.
Pero el coronavirus eventualmente desaparecerá y sus efectos en crear cierta unidad nacional se desvanecerán tan espontáneamente como emergieron. Entonces tendremos que hacernos cargo de un virus mucho más resistente y destructivo, uno que es cuidadosamente cultivado en los laboratorios intelectuales para luego ser contagiado por los diversos canales de difusión social. Se trata del virus del resentimiento que la narrativa igualitarista ha ido instalando crecientemente en nuestro país. Ese virus, responsable en buena medida del odio social que hemos observado, es el que podría terminar por arruinar definitivamente a Chile.
Hablamos aquí de un virus político, es decir, de un patógeno que ataca el corazón de la vida en común por la vía de envenenar las mentes de las personas con mentiras, distorsiones y exageraciones. La más evidente es la de que Chile es un infierno del abuso y la desigualdad por culpa del modelo “neoliberal”, algo que ningún dato respalda seriamente y que, sin embargo, se le ha hecho creer a parte importante de la población, la misma que, según la encuesta CEP de fines del año pasado, afirma que la principal causa de la crisis social fue la desigualdad de ingresos, a pesar de que esta jamás ha sido más baja.
Lo cierto es que ninguna sociedad que se entrega a la narrativa igualitaria de manera incondicional, como la ha hecho la chilena, puede terminar de otra forma que no sea en su autodestrucción. De manera inevitable, la pasión por la igualdad ve en aquellos que están mejor parte esencial del problema, conduciendo a una creciente presión pública por atacarlos para despojarlos de lo que tramposamente se ha llamado “privilegios”. Nada ha hecho más daño en este sentido que el famoso discurso del mérito, concepto que ha sido totalmente tergiversado por la agenda progresista –inspirada en Rawls- y comprado por casi toda la élite política de derecha.
Según esta perversa visión de la meritocracia, los niños que tienen padres con dinero y pueden acceder a mejores oportunidades no “merecen” esas oportunidades, porque no son fruto de su mérito. Así, sólo una sociedad que garantiza igualdad de oportunidades puede ser justa y por tanto es mejor “bajar de los patines” para igualar, que permitir la libertad máxima de oportunidades sin importar su desigualdad. A partir de ahí, alimentar la culpa social de la élite es muy fácil, porque esta siente que su única gracia es haber nacido en el barrio alto. Y así, la culpa de unos justifica el resentimiento de otros alimentando el fuego arrasador de la inalcanzable promesa de la igualdad.
Si no fuera porque gran parte de la población chilena muestra ser sana, el país no tendría absolutamente ninguna esperanza de curarse del virus político que lo enferma, y que seguirá enfermándolo aunque se cambie la Constitución.

domingo, 1 de marzo de 2020

La “Buena Noticia” de Piñera


By Fernando Villegas - Febrero 24, 20200

Entrevistado en un programa de televisión por el animador, comentarista, humorista, escritor y a veces payaso Jaime Bayley, el presidente de Chile probó ser aun mejor humorista o payaso que el peruano al describir o calificar lo que sucede en nuestro país como una “buena noticia”.

Demostraría, dijo Piñera, lo vital que es la democracia chilena, lo activa que es su ciudadanía. Si Bayly no pudo creer lo que oía y por lo cual comentó, más tarde, que nunca antes había sabido de un “mamerto” de tal calibre -¡nada menos que un presidente de la república!–, para los chilenos la afirmación de Piñera, si bien pintoresca y en extremo absurda, no produjo tal desconcierto y asombro pues no se aleja tanto de lo que ha sido su discurso y en verdad el de todo el gobierno desde el mismísimo 18 de octubre en adelante, descontando el momento, del cual luego indebidamente se arrepintió, cuando anunció que estaba, el país, bajo ataque de un enemigo implacable.

Ya sabemos qué vino después; el gobierno coparticipó en la creación del mito fundacional llamado  “estallido social” y a él se ha atenido hasta la fecha, pero de todos modos se esperaría algo siquiera un poco más inteligente brotando de sus labios; se esperaría que aun aceptando la ridícula tesis del estallido social espontáneo no hiciera coincidir lo que es la acción de grupos organizados en la tarea incesante de destruir el país con “la ciudadanía”. Se esperaría que no confundiera la destrucción vesánica hasta de un café literario y la quema de diez mil libros como un acto demostrativo de lo activa y vital que es la democracia chilena. Se esperaría que al menos separara dicha supuesta vitalidad del vandalismo y culpara de este último al narcotráfico, a los delincuentes y/o a los anarquistas; esta sería una tesis falsa pues aquellos no han hecho sino sumarse a lo originado por grupos organizados, pero al menos supondría siquiera reconocer que alguien está quemando y saqueando el país y por lo tanto, aunque no lo dijera, que ese “alguien” hace suya la ocasión de protagonizar todo eso por la casi total ausencia de fuerza pública. Si hubiera dicho eso habría mentido, pero al menos sería una mentira más digerible.

Hipótesis

Corren varias hipótesis acerca del porqué el presidente ha adoptado este curso de acción que parece, por momentos, casi  de plena colaboración con el proceso revolucionario o como mínimo insurreccional que experimenta la nación. Una de ellas, poco creíble  -pero quién sabe; hemos visto toda clase de maravillas y volteretas los últimos años– aduce que Piñera entregó el gobierno de facto no sólo a la izquierda sino a la ONU, que sigue sus directivas y que se le habría prometido un cargo -al estilo Bachelet– en dicha institución como premio o pago por sus servicios internacionalistas. Otra tesis es que el hombre siempre fue de izquierda o con inclinación a ese sector y/o que se ha inclinado hacia allá últimamente porque ahí está la onda. Hay quienes simplemente aducen que Piñera está dispuesto a aceptar cualquier estropicio porque, al contrario, no está dispuesto a tomar ninguna acción que permita, en el futuro, desde el progresismo, sindicarlo como Pinochet 2.0.

Esta última versión tiene visos de realidad. Es la espada de Damocles que pende sobre las cabezas de todos los miembros del gobierno; se horrorizan de sólo pensar que puedan ser acusados de pecar contra la nueva religión política-ideológica imperante, los DD.HH. Por este motivo aceptan la peregrina tesis de que las lesiones, heridas, etc que se pueda producir -de hecho necesariamente se producen– en un enfrentamiento físico son más que dichas lesiones; son ahora un atentado a un VALOR, son atropellos a un DOGMA, son un ataque a los DD.HH. Al aceptarse esa tesis automáticamente quedan deshabilitadas las capacidades de las fuerzas de orden. En efecto, no importa cuál sea el ataque sufran y/o sufran terceros por parte de “manifestantes pacíficos” o “ciudadanos dando muestras de la vitalidad de la democracia”, la policía no podrá actuar; de hacerlo alguien podría resultar lesionado y eso será cacareado en ela cto como “un atropello a los DD.HH” y se pedirá la cabeza de los autores, sus jefes, el gobierno, las autoridades políticas, etc. Ya lo vimos en el caso del Intende de la Región Metropolitana.

La Mala Noticia…

En Chile ya no hay buena noticias. El gobierno no gobierna, la policía es impotente, los medios de comunicación se entregaron casi en masa a la izquierda tanto como instituciones como su personal y las universidades dan a cada momento un patético espectáculo de rendición espiritual de parte de sus directivos y académicos, todos muertos de susto de que los nenes no les vayan a zapatear encima, quemarles sus oficinas, acusarlos de “acoso” o funarlos por fachos. Cada grupo, secta, organización y camarilla existente que tenga su propia idea o doctrina de cómo ha de ser el país y cómo han de conducirse sus ciudadanos y qué han de comer y cómo han de hablar y qué tienen que votar siente tener espacio ilimitado para predicar e imponer. No se había visto nunca antes, ni siquiera el 73, tal furiosa explosión no social sino de socios del extremismo, el fanatismo y el dogmatismo. Ya no se trata sólo de capitalismo Vs socialismo, sino se pretende “refundar” el país a imagen y semejanza de hordas normalmente carentes de raciocinio pero sobrados de hormonas, rabias, rencores y las ganas de evacuar todo eso a costa del prójimo.

¿Será todo eso lo que Piñera considera una muestra de vitalidad ciudadana? Si tal es el caso, esa es aun peor noticia que todo lo demás porque entraña que no hay en él NINGUNA reserva moral que lo lleve a hacer lo necesario si en marzo-abril los “revolucionarios” deciden volver a la calle a mostrar quien manda.

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