Axel Kaiser ha publicado una muy buena columna –“El Virus después del Corona Virus”, Diario Financiero– sobre el resentimiento. Concluye su columna manifestando que gran parte de la población chilena es sana y eso daría al país alguna esperanza de curarse de ese virus. Lamentablemente la esperanza es, en realidad, sólo de Axel, quien, aunque brillante, es también joven, pecado capital que hace posible el venial de la esperanza.
Lo califica como un virus que ha sido inoculado a raudales en el sistema circulatorio nacional y que perseverará aun después que desaparezca el corona virus. Habrían colaborado en su inoculación incluso gentes “de derecha”, las cuales, precisamente por estar ya contaminados, sienten culpas por sus ventajas sociales, económicas y culturales aun si se las han ganado y/o bien aprovechado. El resentimiento parece conocer una sola cura, la igualdad a ultranza por medio de la destrucción radical de la desigualdad o, más bien, de los desiguales de arriba. Kaiser, sin embargo, concluye su columna manifestando que gran parte de la población chilena es sana y eso daría al país alguna esperanza de curarse de ese virus. Lamentablemente la esperanza es, en realidad, sólo de Axel, quien, aunque brillante, es también joven, pecado capital que hace posible el venial de la esperanza. Aun no ha tenido oportunidades suficientes para perderla. Por eso puede también creer, como lo dice al comienzo de su columna, que al menos por un tiempo la clase política ha dado muestras de cierta unidad.
Todo depende de a qué se llame “unidad”. El “arrejuntamiento” producido por una turba que huye del mismo incendio y se apelotona en el “Exit” no equivale a “unidad”. Si unidad significa algo es unidad de ideas, valores, sentimientos, metas, etc. Nada de eso se ha visto en este caso. Al contrario, lo que hemos visto ya y veremos con mayor abundancia en el curso de los días es, por parte de la oposición, un sistemático intento de caracterizar como “insuficientes” las reacciones del gobierno, culparlo de lo que se pueda y tratar de aparecer en los escenarios mediáticos que les son tan hospitalarios como los auténticos curadores de la nación, los impecables médicos de bata blanca y buenas ideas. Hasta el último pelafustán del sector se colgará del cuello un estetoscopio y correrá de un set televisivo al otro para ver modo de sacar renta política del desbarajuste.
Incluso las medidas gubernamentales más obvias en su necesidad y eficacia serán vistas, desde la izquierda, con la mirada torva del que sospecha, del que duda. Se les pondrá “un cuatrito”. Y tarde o temprano algunos de los genios deslumbrantes del sector buscará modo de pegar el corona virus y sus efectos a la naturaleza del “modelo neo liberal”, del imperialismo y de la desigualdad.
En cuanto al resentimiento, es de dudarse que en ese respecto haya en Chile una población sana. El virus fue inoculado hace muchísimo tiempo y goza de muy buena salud. La única novedad que ofrecen los distintos periodos históricos es la intensidad con que resurge y si acaso se convierte o no en pandemia política. Si hoy su intensidad es mayor es porque más grandes son las masas y sus aspiraciones y por tanto más voluminosas las frustraciones, más delirantes las exigencias y por consiguiente más extremas las violencias y más imbuidas las poblaciones en la increíble idea -muy nueva, aparecida recién en el siglo XVIII en los textos iluministas que convirtieron por primera vez en la historia el estado posible e intermitente de “felicidad” en un derecho– de que “se les debe” una plena satisfacción de todo, pero muy especialmente se les debe la aniquilación de las jerarquías aunque estas no nazcan de abusos e instituciones sino de las inevitables y naturales desigualdades entre los seres humanos en materia de inteligencia, talento, diligencia, presencia, fuerza, voluntad, perseverancia, paciencia, etc.
El resentimiento no es una enfermedad que ataca el organismo, sino parte constitutiva de este; viene con la naturaleza humana tal como el hígado o los pulmones. Por largos momentos duerme o dormita sin hacer otra cosa que refunfuñar en espacios privados al modo como Umberto Eco lo dijo, en su comedor o en la peluquería; en otros momentos despierta y se une a otros soñadores del odio y la rabia y da origen entonces a un “movimiento” encaminado al Gran Día de la revancha, el día de los cuchillos largos, el día de incinerar a la policía, el de apedrear a los famosos, el de quemarlo todo y arruinarlo todo porque, en su estado extremo de delirio, el resentimiento hace que en cada quien se encarne el Lucifer que en el “Fausto” de Goethe se presenta diciendo “soy el que siempre niega porque nada de lo que existe merece existir”.
Ese Lucifer casi grandioso y digno en la prosa de Goethe lo tenemos, en Chile, en versión más rasca, eso es todo. Pero, como ese otro Lucifer, nunca muere. Es eterno.
"El virus
después del coronavirus
Axel Kaiser Director ejecutivo
Fundación para el Progreso (internacional)
: Jueves 19 de marzo de
Sin descartar su aspecto
trágico, el coronavirus fue lo mejor que pudo pasarle políticamente a Chile.
Con un enemigo común al cual combatir y encontrándose todos en riesgo, por
primera vez en mucho tiempo nuestra beligerante clase dirigente ha mostrado señales
de unidad
El tema constitucional, ese
tercermundismo refundacional que alimenta todo tipo de fantasías, pasó
definitivamente a un segundo plano. El gobierno, en tanto, tiene la gran
oportunidad de recuperar parte de su bajísimo respaldo si gestiona bien esta
crisis, cuestión que es probable porque, si bien Piñera es un mal político,
es un excelente manager.
Pero el coronavirus
eventualmente desaparecerá y sus efectos en crear cierta unidad nacional se
desvanecerán tan espontáneamente como emergieron. Entonces tendremos que
hacernos cargo de un virus mucho más resistente y destructivo, uno que es
cuidadosamente cultivado en los laboratorios intelectuales para luego ser
contagiado por los diversos canales de difusión social. Se trata del virus
del resentimiento que la narrativa igualitarista ha ido instalando
crecientemente en nuestro país. Ese virus, responsable en buena medida del
odio social que hemos observado, es el que podría terminar por arruinar
definitivamente a Chile.
Hablamos aquí de un virus
político, es decir, de un patógeno que ataca el corazón de la vida en común
por la vía de envenenar las mentes de las personas con mentiras, distorsiones
y exageraciones. La más evidente es la de que Chile es un infierno del abuso
y la desigualdad por culpa del modelo “neoliberal”, algo que ningún dato
respalda seriamente y que, sin embargo, se le ha hecho creer a parte
importante de la población, la misma que, según la encuesta CEP de fines del
año pasado, afirma que la principal causa de la crisis social fue la
desigualdad de ingresos, a pesar de que esta jamás ha sido más baja.
Lo cierto es que ninguna
sociedad que se entrega a la narrativa igualitaria de manera incondicional,
como la ha hecho la chilena, puede terminar de otra forma que no sea en su
autodestrucción. De manera inevitable, la pasión por la igualdad ve en
aquellos que están mejor parte esencial del problema, conduciendo a una
creciente presión pública por atacarlos para despojarlos de lo que
tramposamente se ha llamado “privilegios”. Nada ha hecho más daño en este
sentido que el famoso discurso del mérito, concepto que ha sido totalmente
tergiversado por la agenda progresista –inspirada en Rawls- y comprado por
casi toda la élite política de derecha.
Según esta perversa visión de
la meritocracia, los niños que tienen padres con dinero y pueden acceder a
mejores oportunidades no “merecen” esas oportunidades, porque no son fruto de
su mérito. Así, sólo una sociedad que garantiza igualdad de oportunidades
puede ser justa y por tanto es mejor “bajar de los patines” para igualar, que
permitir la libertad máxima de oportunidades sin importar su desigualdad. A
partir de ahí, alimentar la culpa social de la élite es muy fácil, porque
esta siente que su única gracia es haber nacido en el barrio alto. Y así, la
culpa de unos justifica el resentimiento de otros alimentando el fuego
arrasador de la inalcanzable promesa de la igualdad.
Si no fuera porque gran parte
de la población chilena muestra ser sana, el país no tendría absolutamente
ninguna esperanza de curarse del virus político que lo enferma, y que seguirá
enfermándolo aunque se cambie la Constitución.
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