martes, 18 de julio de 2017

El banquete


De Stephen King a Montaigne, el sociólogo publica una compilación sobre los autores que lo marcaron. “No es un canon”, advierte.


Comenzar por el postre y terminar con la entrada, pues el orden de los factores no altera el producto. Y aunque la mesa esté puesta a libre disposición de los invitados, hay una sola norma que, según el anfitrión, debe respetarse: que los comensales disfruten y pasen un buen rato. El banquete (o lecturas de supervivencia), la nueva publicación impresa de Fernando Villegas, es un escueto y aleatorio inventario de escritores que por diferentes motivos han llamado la atención del sociólogo, una suerte de recapitulación azarosa de literatos, ensayistas e historiadores, elaborada desde la subjetividad y en ningún caso un estricto manual instructivo.
“El que está en sus manos, no pretende ser un estudio ni serio ni exhaustivo ni selectivo ni de divulgación sobre literatura o narrativa. Simplemente es un ejercicio libre, espontáneo y al reverendo lote, donde se alinean en desorden algunos de los platillos de papel que he fagocitado a lo largo de mi vida y cuyas delicias deseo compartir con ustedes”, apunta el autor en el prólogo del libro.
Por ese mismo carácter de fortuito, la selección utilizada en El banquete oscila sin escrúpulos desde un perfil a un prosista superventas, como el estadounidense Stephen King, hasta un incipiente vistazo a la obra de un intelectual de tomo y lomo, como el ensayista francés Michel de Montaigne. Desde sencillas reflexiones sobre un cronista coterráneo como Joaquín Edwards Bello, hasta una sucinta ilustración del estilo de un remoto narrador ruso como Vladimir Nabokov. El punto de convergencia de todos ellos está en lo universal de sus relatos, en su condición humana de escritores innatos. “Es un libro digresivo, en absoluto pretendo hacer una crítica definitiva o elaborar un canon imprescindible. Sencillamente es una lista personal de autores que me gustaron muchas veces por motivos caprichosos”, cuenta Villegas.
Autor ya de 14 libros, algunos encumbrados como éxitos de ventas (su anterior publicación, Julio César. Para jóvenes y no tanto…, encabezó los rankings en librerías durante el 2011), el sociólogo enlaza cada uno de los episodios de El banquete mediante diversos criterios, llámese el tema tratado, el estilo utilizado, las circunstancias en que lo leyó, o incluso la encuadernación del mismo texto seleccionado.
No muy lejos de la tribuna crítica que lo caracteriza, el también panelista de Tolerancia Cero traslada a El banquete su condición escéptica por las imposturas y convenciones. Así, califica los geniales relatos Isaac Asimov como incapaces de resistir segundas lecturas, desencasilla al recientemente fallecido Ray Bradbury como mero autor de ciencia ficción, y realza la abismante diferencia entre los sesudos “poetas-poetas” y la antipoesía de Nicanor Parra. “El poeta-poeta retuerce el verbo para estrujarle sentidos extras. Parra extrae ese jugo con el lenguaje más común y corriente posible, y en verdad no sé cómo lo hace y es esa, precisamente, la razón por la cual digo que es un genio”, escribe Villegas.

lunes, 10 de julio de 2017

¿Transición, transformación, transacción?

Columna de Fernando Villegas: 


Este domingo ya no se está reemplazando una coalición, sino a una persona y su círculo por otro; se sustituye el porfiado personalismo de Bachelet por el presuntamente más eficaz de Piñera; se reemplaza una casta ejecutiva probadamente inepta por otra a la que se supone más eficiente.
Este domingo se inicia un nuevo gobierno en medio de un estado de ánimo nacional en el que imperan, como en la novela de Dickens y quizás con el mismo resultado, Grandes Esperanzas. Estas provienen no sólo de los ciudadanos independientes y los de derecha que votaron por Piñera, sino también de los no pocos votantes que se cuadraron con Guillier pero a regañadientes, incluso con cierto inconfeso temor de que ganara. Quienes, arrastrados por la fuerza de la costumbre y el peso de su entorno familiar y social, sufragaron de ese modo, no recibieron el triunfo de Piñera con jolgorio, pero respiraron en paz como respira quien aceptó hacerle un gran préstamo a un tío en quiebra y eventualmente este no lo pidió. Habría que sumar a los que sí cometieron apostasía en las urnas, cosa de necesidad matemática o no se explica el 55%. Quién sabe cuántos presuntos votantes de la NM nunca lo fueron y despertaron la mañana siguiente con la sensación de haber cometido un negro pecado, pero también con un suspiro de alivio. Es posible que igual sentimiento haya aligerado el alma de Guillier, perdido en un laberinto en cuya única salida lo esperaba, con su meliflua sonrisa de mandarín, el señor Teillier.

Dicha satisfacción clandestina de seguro la experimentaron muy especialmente los contingentes electorales de la decé porque esta colectividad, pese a los majaderos exorcismos de quienes ahora, en su senectud política, proyectan los pinitos y ardores reformistas de su adolescencia física, NO habita el territorio de la izquierda. En puridad no se sabe dónde habita. Hay tantas versiones sobre su vecindario como dirigentes de ese partido. Pero ahora ya no importa …

Superman
Lo que ahora importa es esto: hayan sido de derecha o no, independientes o simpatizantes, “millennials” o ancianos emergiendo de sus lechos para cumplir con su deber cívico, en la gran mayoría de los casos el votante de Piñera no lo hizo para colocar en el gobierno a “la derecha”, como tampoco por amor a los principios liberales que algunos pretenden poner en circulación para derrotar al “progresismo”, sino votaron por Piñera para y por y sólo por Piñera, por el Mesías de la gestión, por Superman y no por el equipo de la alcaldía de ciudad Metrópolis.

MÁS SOBRE CAMBIO DE MANDO
 Columna de Fernando Villegas: Intermezzo, instalaciones 17 MAR 2018
 Anécdotas y datos curiosos de la histórica ceremonia 13 MAR 2018

En esta votación por un nombre particular, no por una marca colectiva, el votante de Piñera no hizo sino expresar lo que ya se manifestó en embrión en elecciones anteriores, el ahora acelerado abandono de las por demás tibias lealtades otorgadas por el ciudadano común a las colectividades que ocupan cierta franja del territorio que va desde la derecha a la izquierda, fenómeno que ha ido en paralelo al decaimiento de las posturas políticas basadas en una cultura familiar y personal de toda la vida y su sustitución por el acto de preferir, según la ocasión, a individuos providenciales que parezcan representar lo que en cierto momento se cree necesario. Interesa, hoy, quien parece capaz de entregar la mercancía. El ciudadano no vota como antes por el candidato de una coalición, sino son las coaliciones las que eligen como candidato a quien ya ha sido votado como tal por dicho ciudadano. Los partidos no tienen otra opción que resignarse y ponerse a la cola.
Todo esto es muy sabido. No es misterio el fenomenal descrédito en el que se ha derrumbado la política tradicional, esa cooperativa de socorros mutuos de una casta que se autoperpetúa con pitutos a la medida tanto en Chile como en el extranjero. Ya no asombra que se la catalogue como actividad propia de ineptos y/o corruptos y se la mire con el mayor desprecio. Es la base psicológica que ha alimentado la advertencia ya convertida en cliché de que nos aproximamos al populismo. Sin embargo tal vez el proceso sea mucho más profundo que eso.

Otro paradigma
Bien pudiera ser que el populismo no sea sino la fase inicial de un proceso de mucha mayor envergadura, el de la transición desde las democracias hacia regímenes centralizados al margen del control ciudadano y libres de limitaciones temporales y legales. Hay ya en stock fases bien maduras de eso, como en China, donde acaba de ponerse fin al gobierno corporativo del PC -especie de democracia de club- al terminarse con los límites del mandato del Presidente Xin, quien podría perpetuarse. Con eso el régimen se encamina hacia la fase de la autocracia absoluta.

Detrás de este proceso operan enormes fuerzas demográficas, económicas, tecnológicas, psicológicas y culturales que hacen crecientemente inviable el funcionamiento de la democracia tal como, en otros tiempos, grandes fuerzas hicieron inviables las monarquías. Los sistemas políticos suponen ciertas condiciones y no sobreviven su demolición. Son, como todo, esclavas de Cronos. Hoy esas fuerzas promueven y hasta hacen necesario el surgimiento, desarrollo y consolidación de sistemas de poder cada vez más monopólicos y monolíticos. El modelo previo más simple del sistema que hoy se ve venir fue el del período del “Principado” en el Imperio Romano, donde y cuando todo dependía del autócrata y la fuerza armada era totalmente dependiente de él y sólo de él, pero al mismo tiempo se guardaban las apariencias con un Senado de fachada y una plebe cuyas quejas y demandas se tomaban parcialmente en cuenta. Fue la política del “panem et circenses”. Dicho sea de paso, la “democracia” nunca ha funcionado sino en la medida en que entra en sórdida aleación con elementos no democráticos.

Las vías
Entre las modalidades que manifiestan este proceso hay algunas de opereta latina, como la protagonizada por Chávez y Maduro en Venezuela y la del señor Morales en Bolivia; en otros casos, su dimensión está seriamente preñada de consecuencias globales, como en China; en Rusia tomó una forma entre mafiosa y zarista y es manejada por Putin con suma perfección; en Europa aparece como la rápida disolución de las lealtades partidarias clásicas y la emergencia de líderes a la cabeza de movimientos sosteniendo posturas extremas; en USA un nuevo modelo, indefinible aun pero ya resquebrajando todo lo conocido, asoma su cabeza. Analistas del NYT temen por la de México. Y hay más casos y variantes del proceso, por igual llevando a la personalización y tecnocratización del poder y su alejamiento de la presunta ciudadanía “empoderada”, a la cual hoy se la engaña -“circenses”- con una fantasía participativa y, por otro, se le concede acceso a una suerte de teléfono de emergencia por si un déspota de provincia hizo las cosas demasiado mal. Este es el “panem”.

Chile

Piñera, entonces, por su modo transversal de acceder a La Moneda, tal vez represente mucho más que el reemplazo de una coalición fracasada por otra que aún no prueba si tendrá éxito. Tras la apariencia de continuidad democrática, de luchas de poder entre partidos y coaliciones, quizás estamos viendo el siguiente capítulo de una metamorfosis aun balbuceante. Este domingo ya no se está reemplazando una coalición, sino a una persona y su círculo por otro, se sustituye el porfiado personalismo de Bachelet por el presuntamente más eficaz de Piñera, se reemplaza una casta ejecutiva probadamente inepta por otra a la que se supone más eficiente. La apariencia de agendas y filosofías globales como protagonistas de la historia es más intensa que nunca, pero más hueca que casi siempre. Su ruidosa condición es más histriónica que histórica y revela a cada paso su escasa sustancia. Los chicos del FA lo han detectado muy bien.

¿Cuál será, entonces, el carácter del nuevo gobierno comparado con la historia política previa de la nación? ¿Simplemente la transición desde una coalición a otra, un nuevo turno en el juego de las sillas musicales? ¿Alguna forma de transacción entre los principios de la derecha con los ya instalados por el progresismo? ¿Una transformación desde obsoletos principios semisocialistas por la también obsoleta agenda liberal? Posiblemente una confusa mezcla de todos esos vectores, pero principalmente podría ser otro paso en el camino inaugurado por el primer gobierno de Bachelet hacia formas de Estado, convivencia y gestión política considerable

martes, 4 de julio de 2017

Blue Wave de color Rojo


Por Fernando Villegas - Octubre 18, 2018

Mucho ha cambiado en Estados Unidos y entre esos cambios el más vistoso -aunque sólo sea una manifestación de fuerzas más profundas– es la acelerada conversión del partido Demócrata.


Representante Demócrata Maxine Waters (CA), llamando a “funar” físicamente al gabinete de Trump. “Si ves a alguien de ese gabinete en un restaurante, en una tienda por departamentos, en una estación de gasolina, créales una muchedumbre. Empújalos hacia atrás. ¡Diles que ya no son bienvenidos, en ningún lado!

Era, hasta hace unos años, colectividad de tranquilos y acomodaticios obreros y sindicalistas, actores y actrices de Hollywood, bastantes intelectuales y algunos filósofos de bolsillo, pero hoy se encamina hacia una postura cada vez más anti sistémica, rechinante, ululante y más y más al margen de sus principios y/o costumbres de siempre, más y más a la izquierda con toda la debida parafernalia de dicha “sensibilidad”, a saber, con manifestaciones a menudo violentas en las calles, funas, proclamas incendiarias, odio parido al establishment, acusaciones de racismo blanco, etc. O al menos en esa postura están o van yendo sus nuevas cohortes demográficas, sus nuevos dirigentes, los hispanos que han irrumpido en masa, los hombres y mujeres de color que han llegado al Congreso y un largo etcétera constituido por la clase de gente cuyo origen social vamos a examinar.

¿Qué era el partido Demócrata? 

Fue por largo tiempo el partido de los oligarcas del Sur de Estados Unidos en las décadas previas a la guerra civil y las posteriores a ella, pero una rara voltereta histórica lo convirtió en el preferido de los obreros industriales, de quienes trabajaban en Detroit, en las acerías, en los puertos, aunque también se convirtió en el partido de los profesionales, empleados y pequeños comerciantes, en breve, de la clase media y media baja que desde el fin de la segunda guerra mundial gozó de una situación económica privilegiada, boyante y repleta de promesas. 
Ese Estados Unidos fabril y próspero, optimista y complaciente, sería el que expresara por muchos años el partido Demócrata, aunque tuvo antes de dicho período una fase “combativa”, en los años 30, que encontró su alivio y reposo en el New Deal de Roosevelt y en el boom posterior a la guerra.
Esa base social ha desaparecido o empequeñecido dramáticamente. Los bien pagados trabajadores fabriles de otrora son hoy suplidos por robots debido a la  revolución tecnológica que los hace innecesarios o se han ido a Asia, especialmente a China, si bien incluso las maquiladoras mejicanas ofrecen al capital una mejor opción en términos de costos de producción. 
Como resultado de esos factores miles de fábricas y sus puestos han cerrado y los hijos de los orgullosos obreros de Ford o la Chevrolet no pueden seguir los pasos de sus padres. Es una generación, la actual, que si acaso no puede ascender la escalera social, hoy cosa mucho más difícil, debe aceptar trabajos de mala calidad atendiendo en una pizzería, empaquetando en Amazon, atendiendo cafés a la vera del camino, aceptando trabajos part-time mal pagados.

A los hijos de los orgullosos obreros fabriles de las décadas de los 50, 60 y aun de los 70 que hoy no pueden imitar a sus padres se suman millones de inmigrantes sin calificaciones suficientes y cuyos hijos y nietos tampoco las tienen; a todos esos se agregan millones e jóvenes de todas las procedencias, pero con insuficientes medios para pagarse una buena educación o insuficientes talentos para ganar becas o insuficientes capacidades, aun si reciben educación, para ascender a las cada vez más sofisticadas y elevadas cumbres que hoy no dejan, entre ellas y la sima, niveles intermedios que les permitan hacer uso de sus medianas capacidades. 
La sociedad industrial que requería músculo, inteligencia normal, disciplina y ganas de trabajar duro se ha convertido en la sociedad  informática que ya no requiere músculo ni le bastan las ganas de trabajar con disciplina, sino exige talento por sobre lo normal porque las actividades que no lo requieren son ampliamente  y crecientemente desempeñadas por sistemas informáticos expertos. La sociedad norteamericana actual -y la europea y todas en distintos grados–  lisa y llanamente está haciendo superflua a una parte considerable de su población. Convierte a más y más ciudadanos en trabajadores de servicios mal pagados, en receptores de ayuda estatal, en cesantes perpetuos, en frustrados profesionales incapaces de encontrar una posición promisoria.
Un adhesivo antifa

“Antifa”, el nombre que reciben aquellos que hacen activismo y violencia política en contra de la administración Trump.

Es esta masa crecientemente desprovista de perspectivas de ascenso social o siquiera empleos decentes la que alimenta las furias, las frustraciones, los desencantos que han llevado al partido Demócrata a su actual postura. No es sólo por el arribo de seguidores provenientes de dicho sector, sino además es una respuesta adaptativa a las nuevas condiciones que con mayor o menor claridad son detectadas por sus figuras, sus congresales, dirigentes, beneficiarios, comunicadores y estrategas. 
La “ola azul” que pretenden se hará manifiesta en Noviembre es cada vez más de color rojo no por gratuita moda doctrinarias sino por masiva e imparable trasformación del paisaje social.

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