sábado, 29 de septiembre de 2018

Nostalgias Surtidas

Una señora o señorita que quiso aportar su inteligente comentario en una página de Youtube donde aparece un audio mío ha dicho y redicho -porque insiste con esa porfía cerril que inspira el odio– que yo soy “sucio”. De vez en cuando agrega otros calificativos, como el popular “fascista”. Lo de mi presunta suciedad sin duda hace alusión a las “denuncias” de The Clinic. Esta señora o señorita, entonces, se compró completo y sin chistar el paquete de caca de dicho medio creyendo que era perfume de Schiaparelli.  Es posible que si mañana The Clinic le dice que la tierra es plana, dicha señora o señorita tratará de sucios a los cartógrafos y astrónomos que opinan distinto.

Cosas como esas, aunque marginales y carentes de importancia, reflejan, sin embargo, cuestiones más de fondo. Reflejan la extraordinaria capacidad de no poca gente para aceptar sin examen cualquier cosa que le comuniquen los medios, en especial si es un medio de su preferencia. De hecho gente así, como esta señora o señorita, está ansiando que los provean con alguna “denuncia” que les permita legitimar su odio, su disgusto, su rabia contra alguien. ¿Les carga tal o cual persona? Entonces si les dicen que dicha persona es un espía de los extraterrestres, con eso encontrarán razones suficientes para ir a apalearlo a la salida de su casa o insultarlo a destajo en las llamadas “redes sociales”.  No exagero: otro de estos tarados me amenazó con que iban a venir a “casquearme” uno de estos días. “Iban a venir”, esto es, vendría no sólo una persona sino una patota. Es la manera de actuar que se ajusta a la cobardía -amen de la estupidez– de esta gente.

De ahí mi nostalgia por esos tiempos en los cuales, como decía Umberto Ecco, “el imbécil se veía limitado a evacuar sus imbecilidades en la sobremesa de su casa o en la peluquería, pero ahora dispone de las redes sociales y hasta puede que consiga seguidores, esto es, otros imbéciles”.  Pero hay muchas otras nostalgias dando vueltas en estos tiempos revueltos. Hay algunas reales y otras presuntas. Se supone, por ejemplo, que si usted no comulga con las inepcias en boga PERO que son artículos de Fe del progresismo, o peor aun, considera sensata alguna medida, ley o disposición tomada en el pasado, entonces ustedes es un “nostálgico de la dictadura”.  Nostálgicos del socialismo, en cambio, no los hay o sólo para callado. Hoy son adeptos al progresismo, su nueva chapa. Tampoco están muy seguros que el socialismo funcione dado lo que se ha visto desde la caída del muro de Berlín en adelante, por todo lo cual quizás podamos inferir que son nostálgicos no del socialismo sino de la época en que verdaderamente podían creer en el socialismo, de los años ingenuos en que era posible no tener dudas sobre el socialismo tal como aun antes, de niños, no tenían dudas de la existencia del viejo pascuero.

Hay quienes, dotados de más realismo, tienen nostalgias de cosas de verdad, tangibles, beneficios que alguna vez disfrutaron. Nostalgia, por ejemplo, de los pitutos perdidos, nostalgia por las sinecuras, nostalgias muy dolorosas por los cargos en el Estado, nostalgia por las asesorías truchas que les permitían recibir cuantiosos fondos estatales a cambio de algún copy-paste relativo a la importancia del agua para la navegación. Por su lado en los sectores empresariales hay una tremenda nostalgia por la impunidad y seguridad del pasado, cuando  hicieran lo que hicieran no los iban a multar ni por mal estacionados. En los mismos círculos se tiene nostalgia por los párrocos de cabecera que si acaso depredaban con los nenes no era cosa que se supiera o si se sabía se negaba o si no se negaba se fingía negarlos.

Como no se puede vivir todo el día suspirando, los nostálgicos se arriman en estos días a ciertos sustitutos. Ya que no se puede vivir con la seguridad de disfrutar la impunidad, con la antigua arrogancia y prepotencia de ser o creerse dueños del mundo, con ese aire del patrón de fundo dando rebencazos para todos lados, los caballeritingos recurren hoy a la actitud contraria que, les parece, al menos les otorga cierta inmunidad sino impunidad: es la del que camina pegado a las paredes para no hacerse notar. Si es necesario agregan un guiño hacia la horda que esté de paso. La cobardía y el oportunismo no salvan el alma pero salvan el culo. Un poquito de deslealtad llegado el caso sirve también a la buena causa.

¡Qué de nostálgicos! Nostálgicos de la revolución, nostálgicos de la Bachelet, nostálgicos del tatita, nostálgicos de las peguitas fiscales, nostálgicos de las tomas, nostálgicos, nostálgicos….El problema con tanta nostalgia es con ella no se avanza a ninguna parte. La adicción a la nostalgia es equivalente a la adicción al pasado. Peor aun si el nostálgico cree estar mirado hacia delante y no hace otra cosa sino mirar hacia atrás. Estos últimos se llaman “progresistas”. Los otros, los que no miran ni para atrás ni para adelante sino hacia el techo para no ver nada se llaman de otra manera…

martes, 11 de septiembre de 2018

Ni recuerdo ni olvido del 11 de septiembre de 1973




Autor: Fernando Villegas

A quienes reprochan como cosa obsesiva y enfermiza el perpetuo ciclo de actos, manifestaciones, ceremonias, descubrimiento de placas, misas, discursos, violencia, romerías, vandalismo y anuncios suscitados cada 11 de septiembre, tal vez, solo tal vez, esa reiteración les resultaría comprensible si en vez de encerrarse en su fastidio se tomará la molestia de observar los hechos como debemos examinar los fenómenos sociales, esto es, no con una agenda política en la mano sino "como y cómo se hacen las cosas" según es uno de los padres fundadores de La sociología, Emile Durkheim. Haciendo un discurso sobre la historia del trauma, el efecto cultural y el psicológico de los eventos destructivos en gran escala; entendemos que tal como los que se relacionan con el hecho de que no hay nada que no se aprendan ni se asimilen ni se reduzcan en su impacto a la calidad de simple "recuerdo", sino al contrario, sus enteras vidas de ahí en adelante son producto de dicho golpe ya sea porque el dolor es insustancial o porque no se trata de una manera casi imposible de hacer una conversión total, de la misma manera en que se superan los suyos sobre la base del raciocinio y la conveniencia. Los traumas no son otro episodio más de la narrativa histórica, un hecho que se recuerda sin que se conmuevan las raíces de nadie, sin que se influya en nuestros actos y que se reencienda ninguna pasión; los traumas marcan una sociedad para las menos generaciones y las marcas no solo para el bien -para que no se repita '- sino también para el mal, exacerbando el deseo de venganza, el representante y la división. Es lo que es, guste o no.

La casi imposibilidad, en el caso de las sociedades traumatizadas, para llegar a esa actitud desapegada, se llama “reconciliación”, una relación tan grata y deseable para quienes no sufrieron el problema. Por eso no es con tal o cual acto oficial de reconocimiento, con esto o en el medio de grandiosos tedeum o procesos judiciales más y más exhaustivos donde radica el remedio. Un trauma es un cáncer, no un dolor de estómago. No es solo un hecho. Hace mucho tiempo. No es como el hundimiento del Titanic. El año en que el hombre llegó a la luna. No es un episodio sino una herida perpetuamente supurante, ni es un evento. puramente intelectual y que pueda fácilmente tanto grabar como olvidarse. Los traumas se instalan permanentemente en el corazón de la víctima y las operaciones de su pasado y las fuentes de la emocionalidad de su presente. Quizás ya no estén vivos como causa, pero sus efectos nunca cesan. Ha ocurrido en el pasado, pero sigue sucediendo hoy, en parte como eco no querido y en parte por la voluntad del sufriente, quien se actualiza sin parar y todo el tiempo.

Recordar, rememorar 

De ahí que el trauma no sea solo una mala experiencia de ayer que podría olvidarse de la comodidad y la satisfacción de los espectadores de hoy. Los niños no experimentaron a nadie les gusta "les pasó" algo malo, porque aun hoy lo recuerdan y lo viven. La sociedad lo conmemora sólo en una fecha, pero en las víctimas su presencia es el año completo.

Por esa razón, el juzgar como obsesivo a quien se insiste en insistir en recordar el 11 de septiembre es, fin de cuentas, un acto de incomprensión apoyado en una figura de lenguaje engañoso; Esto es, sin embargo, en el sentido de lo que se dice, año tras año. No se olvide de nada. Pero eso no es posible. No sólo la víctima directa o indirecta de ese día y los muchos que siguieron sin "recordar" a la fuerza esa fecha, sino que no puede evitarlo. Para ella el 11 es como para el cristiano "el mes de María", a la que se celebra en noviembre pero a la que le reza todo el año.
Hay más; esa fecha es un punto moral y emocional de encuentro para los miembros de una sola cultura política, suerte de comunión a la que se pliega cada uno de sus miembros. Toda cultura ideológica, religiosa o simplemente nacional necesita sus referencias narrativas, una época, las ocasiones en que reafirma su fe, sus ideas, su historia; por que el 11 comulgan juntos tanto que sufrió en la propia carne como los que han recibido la narración de los hechos de la boca de los padres, los tíos o los abuelos, aunque también tienen un pito que tocar como siempre ocurre en estos casos; Sabemos que en toda la festividad de esta clase a los fieles auténticos se suman elementos de lumpen, descarriados y resentidos en busca de un blanco, favorecidos como están por anonimato y la conmoción pública. Esa nueva compañía es parte desagradable pero inevitable de todo proceso social de esta clase.

La próxima o la subsiguiente generación olvidará el 11 de septiembre o más bien lo recordará, sólo recordará, como un hecho histórico que aparece en los textos y no se mueve.

Generaciones

No tiene sentido ahora, como algunos hacen, que dice que “a 40 o más años del suceso todavía algunos porfían en revivir y concitan o provocan violencia y división”. Es una queja absurda. En Francia aún no se olvida el trauma de los "colab" -los colaboracionistas- con el régimen nazi que les pareció cuatro años después, la derrota en el campo de batalla en mayo de 1940. El tema reaparece cada mayo o cada vez que que un "colab" notorio, ya viejo y quizás escondido, reaparece o se le descubre. Y también en Francia los ciudadanos que no resisten a los nazis, pero que no se traicionaron y solo se acomodaron -¡Hay que comer, hay que vivir! - no gustan para nada de esa cacería de brujas y también les parece, como acá, que desde esa guerra hasta hoy ya ha pasado demasiado tiempo. ¿Tienen algo parecido? Es una pregunta inútil. No es cosa de razón, de gusto, de valores, de conveniencia o inconveniencia, sino un hecho. Un hecho a la durkheim. Sencillamente así funcionan las sociedades, así como en la historia.

Y, sin embargo, es también otro hecho que es evidente que el trauma termina por resuelto, pero -otro hecho más- no por la eficacia mágica de los decretos, misas y declaraciones ni por un acto voluntario de quien registra cada día pero decide olvidarse de ahí en adelante todos los días, sino cuando llega el momento en que ni recuerdo ni olvido. Es, guste o no, el modo de remediar muchos conflictos; cuando importaban no tenían remedio, cuando lo tienen es porque no importan. La cuarta generación suele ser la que olvida y no le importa. Con el simple y cansino paso del tiempo llegan biznietos completamente desinteresados ​​e ignorantes de la que alguna vez haya existido, por ejemplo, una división entre carreristas y o'higginistas muy serias en su tiempo, que hubiera sido una brecha entre balmacedistas y antibalmacedistas y desde entonces no se tuvo en cuenta idea del trauma. La próxima o la subsiguiente generación olvidará el 11 de septiembre o más bien lo recordará, sólo recordará, como un hecho histórico que aparece en los textos y no se mueve. Será una parte más de la narrativa histórica como Casimiro Marcó del Pont, como la declaración del 18 de septiembre de 1810, como el suicidio de Balmaceda y la demagogia populista del León de Tarapacá.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Villegas lanza su nuevo portal atacando a The Clinic


Por El Dínamo 4 de septiembre de 2018

Fernando Villegas dio el vamos a su nuevo portal de noticias, el que creó luego de la ola de denuncias por abuso de poder y acoso sexual que The Clinic publicó en su contra.

“Antes de entrar en materia, quiero agradecer con todo el cariño y el calor que permite la tecnología, a las miles de personas que durante esta semana me han apoyado de manera directa e indirecta, mandándome mails, mandándone recados con terceras personas, gente de todos los sectores, dicho sea de paso. Gente que por ni un segundo se compró el paquete de embustes, de absurdos y de estupideces que fabricaron la santa matrona y los santos patrones de la castidad nacional, de la revista The Clinic, que es un órgano periodístico que, como ustedes saben, está inspirado por un profundo recogimiento cristiano y tienen el más gran respeto por la dignidad de las mujeres, como lo han demostrado en tantas portadas”, lanzó el ex Tolerancia Cero de manera irónica.

A raíz de eso hecho, Villegas aseguró que “no me sorprendió un ataque tan masivo, no sabía cómo se iba a producir, pero sospechaba que desde ese sector al cual pertenece la gente de ese medio me iban a atacar brutalmente de una forma u otra. No sabía cómo, no sabía de qué manera, pero eso lo veía venir. Lo que me asombró es el grado increíble de cobardía, deslealtad y oportunismo de personas, organizaciones, instituciones, con las que yo he tenido una relación, a veces, de un cuarto de siglo, y que no se demoraron ni cinco minutos en ponerse en la fila del Me Too a hacer su numerito“.
Eso lo encontré extraordinario, no estaba esperando de algunas personas o algunas organizaciones un especial apoyo, que se mojaran el potito, pero cierta neutralidad. No fue así, en algunos casos hicieron uso de la situación para hacer su negocio del rating. Encontré que francamente superó todos los récords de pequeñez“, expresó.

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