Dada la confusión, ansiedad e incluso ya, por estos días, la angustia y pánico que sufren muchos sectores del Reino Unido ante las inevitables consecuencias del Brexit y aun más, ante la falta de un “contrato de salida” que encuentre consenso entre los políticos y garantice cierto grado de control de daños, no es incomprensible que los ánimos estén exaltados, las pasiones emerjan a flor de piel, el lenguaje se haga áspero y los reproches sobrepasen la barrera de la parsimonia, humor y educada contención que por lo general se estila en Gran Bretaña. Por ese motivo y debido a ese clima, el líder de los laboristas, Jeremy Bernard Corbyn, muy molesto ante una agresiva intervención de la primera Ministro, señora May, quien le reprochó en tono golpeado sus vacilaciones, vino y susurró o bisbiseó la expresión “stupid woman”. Oída, adivinada o sospechada por alguien de entre las incontables personas que hoy en día, más de lo que siempre ha sido habitual, se gozan en trompetear lo que otros hacen o dicen aunque sea privado, aunque sean susurros, aunque sean casi invisibles gestos, se apresuró en hacerla pública y generar un escándalo. Para decirlo en castellano, “hociconeó” a destajo.
¿Y por qué se suscitó un escándalo? ¿Por tratar Corbyn de ese modo a una figura política como lo es el o la primer ministro? ¿Por quebrar la regla tácita que impera en ese ilustre cuerpo político acerca del lenguaje que conviene a los miembros del parlamento? ¿Por lesa majestad ante un cargo de autoridad?
No. El escándalo deriva que Corbyn dijera “mujer estúpida”, esto es, que le pusiera sexo a su calificativo. Eso es inaceptable cuando cada semana vemos una nueva e interminable cola de señoras y señoritas ansiosas de contar su historia, su “MeToo”; se hace intolerable dada la presunción tácita de que hoy no puede juzgarse a las mujeres en sus actos o cualidades salvo si se hace dentro del dogmático territorio del discurso feminista correcto; ese discurso excluye toda posibilidad de que puedan haber mujeres estúpidas y por tanto decirlo es un insulto; surge de la regla impuesta en parte por el miedo, en parte por oportunismo y en algunos casos por la contradictoria idea, ya convertida en axioma, de que la igualdad de los sexos implica paradojalmente una desigualdad positiva en el trato hacia ellas como si fuera el único modo de reemplazar la tradicional postura “negacionista”. Por esa razón hoy está estrictamente prohibido decir nada malo o negativo sobre alguien que pertenezca a ese género, aun si es totalmente cierto. En otras palabras, aunque todos entendemos que hay hombres estúpidos, niños estúpidos, jóvenes estúpidos, perros estúpidos, decisiones estúpidas, actos estúpidos, argumentos estúpidos, etc, etc, NO PUEDEN HABER mujeres estúpidas o al menos no puede decirse que existen. Por eso estalló el escándalo y se le pide a Corbyn que dé explicaciones y solicite el perdón.
Ignoro si la PM May es estúpida o al menos, en esa ocasión, dijo algo estúpido, pero, si lo hizo, ¿de qué otro modo calificarlo sino haciendo mención directa o indirecta de la naturaleza de quién lo hizo? ¿No es lo que hacemos todos? Lo hacemos y decimos “que tipo más estúpido” o “que joven más estúpido” o al menos usamos la palabra estúpidO o estúpidA, esto es, con la vocal correspondiente porque no hay otro modo de hablar. El lenguaje está construido de tal manera que sus verbos, adverbios, sustantivos, calificativos, etc tienen género casi siempre. Aun así se acusó a Corbyn no de tratar mal a una autoridad y/o de calificar de estúpido a quien no lo es, sino se le acusó de “sexismo”, pecado mortal que asume que ninguna mujer del mundo puede ser estúpida y por tanto acusar a una de poseer dicha tan común cualidad entre TODOS los miembros del género humano, sin importar el sexo ni la edad, es propio de la actitud malevolente de un “sexista”.
Es curioso cómo la noción, del todo correcta, de que no pueden haber prejuicios y desigualdades en el trato a priori hacia las mujeres, vino y se convirtió en la noción errónea de que no es posible hacer juicios de ellas a posteriori en función del valor o calidad de sus personas y/o conductas. En efecto, es malo e inaceptable que se rechace la solicitud de trabajo de una mujer por el hecho de serlo, pero también es absurdo que eso se convierta en la imposibilidad de calificarla mal si su trabajo es insuficiente. De un modo u otro, sin embargo, ese criterio se ha establecido y hoy en día hemos llegado a un punto en el que algunos profesores -así lo han referido– temen calificar mal a una estudiante porque no han sido pocos los casos en los que, luego de eso, son acusados -con el apoyo automático y masivo de los tontones de siempre– de actitudes sexistas o incluso más, se les puede acusar de acoso sexual y otras conductas de esa clase, con inmenso daño para el acusado.
En esta historia que involucra a Corbyn, la estupidez no es propia de la señora May ni tampoco del propio Corbyn, sino de esta mirada extrema acerca del derecho y status de las mujeres. En efecto, si somos iguales en todo lo que toca a intelecto, sentido común, capacidad de trabajo, etc, entonces somos igualmente imputables como inteligentes y productivos o como idiotas y parásitos.
Dicho sea de paso, ese incidente agregó otra cuota de surrealista irrelevancia a las discusiones y preocupaciones de la clase política británica a menos de tres meses de cumplirse la sentencia del Brexit.
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