sábado, 2 de noviembre de 2019

Despertó, pero ¿quienes despertaron y se despertó de qué?



Desde luego despertó la chusma saqueadora, los ciudadanos con instintos depredadores que aun no se habían avivado lo suficiente y sólo robaban a escondidas, tímidamente, una golosina de vez en cuando desde los estantes de los supermercados. Despertó el país que soñaba con la idea de que había un gobierno y acaba de percatarse de que no existe. Despertamos a la realidad de que la demolición de años, perpetrada por la izquierda, contra instituciones de todo tipo, contra ideas y valores, etc, surtió efecto y hoy en día, nadie es capaz de ponerle freno a la demolición. Despertamos a la evidencia de que las élites políticas y económicas se mueren de miedo y buscan hasta el fin abuenarse con el cocodrilo que las devorará. Y se despertó ante la evidencia de que la izquierda es de un modo o de otro, en la política o en la calle, en el gobierno o en la oposición, en las academias o en los colegios, en la Justicia o en la injusticia, una horda destructora sin otra motivación que su resentimiento, su poquedad intelectual y moral, su odio nacido de la bajeza, de la derrota personal, del fracaso, de ser poca cosa y odiar por tanto todo lo que los rodea y por eso de ellos el terrorista con una bomba en la mano sólo es el caso más extremo.

Chile despertó del sueño a la pesadilla. Despertó, suponemos o esperamos, de la ilusión de que el Frente Amplio era una congregación de jóvenes idealistas que iban a cambiarle el rostro a la política pero que se revelan, ahora que despertamos, como una mera patota de mediocridades empapadas en clichés, rencores, lugares comunes, vanidad y esa arrogancia insoportable  de los chantas que intentar elevarse de su condición dando saltitos y haciendo pinitos.

Despertó, el país, del sueño de la “izquierda reciclada que ahora sería democrática, entendiendo el valor de las normas “burguesas” de civilidad, republicanismo, etc. Despertamos de la ilusión de que ya no éramos un país con una población media baja y baja más próxima al estado de barbarie que a la modernidad, salvo cuando esta última se asimila a digitar un teclado con las habilidades sicomotrices de un chimpancé. Se ha despertado de la fantasmagoría piadosa de que encaramos una generación juvenil interesada en la “educación de calidad”.

Sí, despertamos, pero, ¿de qué nos sirve? Despertamos de un sueño más o menos agradable para hundirnos en la pesadilla. Y despertamos ante la evidencia de que otros, lejos de despertar, se han sumido en un sueño aun más profundo, ese que coincide con la estupidez, ese que se expresa en balbuceantes y aterrados aplausos al movimiento de “demandas sociales”, ese que quiere comprarse una póliza de seguro, ese que sueñan las patéticas figuritas de la televisión avivando la cueca, compitiendo unos con otros a ver quien es más progre, a ver quien es más tonto, a ver quien es más servil, más útil.

Vaya despertar el que estamos experimentando….

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