sábado, 2 de noviembre de 2019

Demandas sociales”, “rabia ciudadana”, etc…


Necio rematado habría que ser para dar crédito a la versión de que los acontecimientos de estos días, ensayo general de un estallido insurreccional,  obedecen a un “clamor ciudadano” despertado por un alza del Metro que entraña unos 300 pesos extras a la semana, menos de lo que cuesta un tarro de Coca-Cola. Y no menos ingenuo es quien crea que hay otras demandas acumuladas de las que dicha alza sería el fulminante. Esta última es la versión oficial de la izquierda y de toda laya de opositores al gobierno, pero, aunque suena más convincente, tampoco resiste análisis.

Aun así muchos la aceptan y ya se habla de la “batalla de Santiago” y/o de “protestas sociales y ciudadanas”, como así lo hace también la llamada prensa de derecha – de propiedad de gente de derecha pero manejada por gente de izquierda–, la cual se esmera por ser políticamente correcta -¡no les vaya a tocar a ellos la próxima vez!– y describe los hechos como propios de una “intensa jornada”, véase Emol.  De modo similar se expresa el progresismo; en ambos casos se asume que una entelequia imaginaria, “el pueblo” o la “ciudadanía” ha salido a las calles a hacer sentir su molestia.

Dicha versión de una ciudadanía molesta saliendo a la calle a expresar su disgusto no resiste análisis; la destruye el sólo catálogo de las imágenes de los “combatientes”  incendiando organizadamente, con aceleradores químicos, 19 estaciones del metro, amen de los saqueos perpetrados por lumpen, delincuentes y “dueñas de casa”, los buses en llamas, el incendio del edificio corporativo de Enel y como preludio a todo eso la saña con que colegiales fuera de sí, la “vanguardia” de la algarada, han destruido las instalaciones del Metro; nada de todo eso habla  del “pueblo” haciendo ver su molestia, sino de un evento organizado en todos sus detalles, con activistas y cronogramas, con planeación y fría determinación, con asistencia de venezolanos de la policía política de dicho país, pero además directa o indirectamente promovido, fomentado, incentivado o al menos aplaudido y vitoreado no sólo hoy sino desde hace años por sectores del “progresismo”, en el cual reina, tras la hipócrita simulación de consternación por los daños, tal júbilo y satisfacción por lo sucedido y por suceder que hemos visto en CNN a una congresala de dicho sector describiendo los hechos como “hermosos”.

¿Cuál ha sido la mecánica de estos acontecimientos, los factores que han hecho posible esta insurrección fríamente calculada para hacer tambalear al gobierno?



La explicación favorita de la izquierda -la cual han usado siempre para un barrido y un fregado– es de que se ha acumulado la rabia y frustración de una inmensa masa de gente al borde de la inanición y que al fin decidió salir a la calle a hacer ver su descontento y expresar sus demandas desoídas haciendo uso de sus derechos ciudadanos. Pero, ¿es acaso esa la situación de Chile, la nación con el más alto PGB de América Latina? ¿Realmente la gente se está cayendo muerta de hambre? ¿Nadie salvo un puñado de jóvenes privilegiados pueden estudiar y llegar a la universidad? ¿Vemos en las calles a miles de patipelados? Claramente no es el caso. Notoriamente Chile no es Haití o Venezuela, ni tampoco Siria. Pero entonces, ¿qué somos y cuál es la causa?

Es verdad que en Chile hay una gran fracción de la población que puede NO estarse muriendo de hambre ni sufriendo penalidades atroces,  pero SÍ está demasiado endeudada, sufre percances económicos, ha perdido pegas u oportunidades y han llevado y llevan vidas poco satisfactorias y/o al borde del fracaso y hasta el desastre; hablamos de profesionales sin clientes, de comerciantes a los que les va mal, de enfermos graves sin atención oportuna, de rezagados de toda laya, de empleados hastiados, de deudas impagas  aunque también de zánganos incapaces de hacer nada por sí mismos, salvo estirarle la mano a sus padres y al Estado y proclamarse como víctimas de injusticias; hablamos de quienes no llegaron ni jamás llegarán donde querían, de resentidos en todos los grados, de marginales, de enrabiados, de emputecidos. Y ciertamente esta parte de la población es siempre numerosa. Bien dice la Biblia: muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. En una sociedad consumista, exitista y materialista el no estar en la cumbre o al menos cerca de ella encona hasta la pepa del alma.

Todo eso, sin embargo, no puede ser una explicación de lo que sucede hoy en el país porque es una constante sociológica; en efecto, siempre hay una masa iracunda deseosa de pasar facturas y cobrar venganzas y siempre hay una parte de la población con su rabia a medio hervor, pero por lo mismo dicha permanencia es incapaz de explicar un evento particular, distinto, específico. Una condición NO ES una causa de la misma manera y por la misma razón que la construcción en madera de una casa no es causa de tal o cual incendio que un mal día se desate en ella. Para explicar un evento específico se requieren causas también específicas. Y una de esas causas específicas es que alguien ha agitado y canalizado esas fuerzas del descontento, la frustración y la ira.

Los que abrieron la puerta y los invitaron a pasar…

El descontento no sale ni ha salido por su cuenta y propia voluntad a la calle ni es tampoco el que ha sistemáticamente iniciado incendios de gran envergadura ni saqueado a destajo. El descontento es un estado de ánimo que no congrega ni organiza solo; no ha sido ni es el caso de que miles de personas decidan espontánea y simultáneamente que tal o cual día se van a congregar y luego echar abajo una estación del Metro. El descontento existe privadamente, pero se lo hace existir de modo público cuando hay un agente que lo convoca, lo congrega, lo organiza, manipula y lo desata; es incitado y organizado con una cadena de mando que parte en dirigentes cupulares de organizaciones políticas, luego pasa desde ahí a niveles intermedios y alcanza finalmente las diligencias  estudiantiles usadas para estos efectos del mismo modo como los narcotraficantes usan a sicarios de 15 años para los suyos. Se requieren meses para todo eso. No de la noche a la mañana se prepara mentalmente para “la lucha” a niñitos que aun no saben ni  limpiarse el poto; primero han de ser adoctrinados, persuadidos, palmoteados y ensalzados mientras a la vez se les prometen carreras políticas y se les hace creer en su importancia; se lleva a cabo todo lo necesario para que sientan que sus vidas tienen sentido SIEMPRE Y CUANDO sigan las instrucciones y órdenes que los convertirán en importante agentes de la renovación de la galaxia.

También ha ayudado a abrir esa puerta el clima mental impuesto en un proceso de años por la izquierda de Chile, el discurso políticamente correcto que lo destruye todo y lo justifica todo y a la pasada le ha dado nueva vida, en sectores estudiantiles, a la mitología marxista. Esto último ha sido posible yb preparado por la acción de procesos impersonales de cambio social tales como  la casi total pérdida de control en la formación de las nuevas generaciones, al delirante sentimiento de la juventud de  tener derecho a todos los derechos, a una mentalidad hedonista que no tolera los esfuerzos y penalidades ni menos las desigualdades aun si estas se originan en inevitables y naturales diferencias, a un impulso masivo, feroz, implacable e incesante de asociar el éxito personal a niveles de consumo que sólo pueden alcanzarse a base del endeudamiento y que aun así, si son alcanzados, parecen insuficientes, mezquinos, a todo lo cual se agrega al derrumbe de los valores de la sociedad tradicional, el respecto por la ley y autoridad, etc, etc.

Y los que no cerraron esa puerta…

Tal vez, sin embargo, la causa más directa y eficiente de los incidentes de estos días ha sido la nula voluntad del ejecutivo por cumplir en el momento debido, a tiempo e integralmente, con el primer y más básico deber de todo gobierno pasado, presente o futuro, a saber, mantener el orden público. Eso se ha manifestado en su fracaso en la lucha contra la delincuencia, a la cual iba a “derrotar”, así como en su virtual rendición a la CAM, en su inexistente acción en los sectores Norte del país en los que cunde el sentimiento separatista entre comunidades indígenas que sin duda repetirán el libreto de la CAM, en su fracaso frente al narcotráfico que se ha apoderado de enteras poblaciones y en su extrema debilidad para reprimir y sancionar hechos como los del Metro cuando recién se iniciaban. El gobierno, en su inacción, en su miedo al que dirán de la izquierda y los organismos internacionales, en su tonta creencia que podía “abuenarse” con el progresismo, ha dejado que todo foco de incendio que debió y sólo podía controlarse a ese nivel, como foco, creciera y se convirtiera en una deflagración en gran escala. No ha habido ni hay ese ”estallido social” que cacarean las izquierdas, sino un incendio iniciado en un terreno altamente combustible por incendiarios profesionales a cuya acción se ha sumado la inacción de quienes debían apagarlo.

¿Qué viene ahora?

Tal vez, al fin, el gobierno comience a reaccionar como es debido. La gente decente -catalogada de “fascistas pobres” por algunos imbéciles– ya lo está haciendo y se organiza para defender no sólo sus barrios y casas, sino a los negocios que los suplen y atienden. Todo el que ha podido ha ido a su pega. Grupos de vecinos se juntan para retirar escombros de las “barricadas”.  Los militares y los carabineros son aplaudidos, vitoreados, felicitados. Tal vez no sea demasiado tarde, pero tampoco queda demasiado tiempo para una reacción firme contra quienes directa o indirectamente crean, fomentan o apoyan con un lenguaje sibilino e hipócrita toda situación que debilite al gobierno aunque a la pasada dañe a la población, a esa “ciudadanía” que tanto citan y mentan.


Despertó, pero ¿quienes despertaron y se despertó de qué?



Desde luego despertó la chusma saqueadora, los ciudadanos con instintos depredadores que aun no se habían avivado lo suficiente y sólo robaban a escondidas, tímidamente, una golosina de vez en cuando desde los estantes de los supermercados. Despertó el país que soñaba con la idea de que había un gobierno y acaba de percatarse de que no existe. Despertamos a la realidad de que la demolición de años, perpetrada por la izquierda, contra instituciones de todo tipo, contra ideas y valores, etc, surtió efecto y hoy en día, nadie es capaz de ponerle freno a la demolición. Despertamos a la evidencia de que las élites políticas y económicas se mueren de miedo y buscan hasta el fin abuenarse con el cocodrilo que las devorará. Y se despertó ante la evidencia de que la izquierda es de un modo o de otro, en la política o en la calle, en el gobierno o en la oposición, en las academias o en los colegios, en la Justicia o en la injusticia, una horda destructora sin otra motivación que su resentimiento, su poquedad intelectual y moral, su odio nacido de la bajeza, de la derrota personal, del fracaso, de ser poca cosa y odiar por tanto todo lo que los rodea y por eso de ellos el terrorista con una bomba en la mano sólo es el caso más extremo.

Chile despertó del sueño a la pesadilla. Despertó, suponemos o esperamos, de la ilusión de que el Frente Amplio era una congregación de jóvenes idealistas que iban a cambiarle el rostro a la política pero que se revelan, ahora que despertamos, como una mera patota de mediocridades empapadas en clichés, rencores, lugares comunes, vanidad y esa arrogancia insoportable  de los chantas que intentar elevarse de su condición dando saltitos y haciendo pinitos.

Despertó, el país, del sueño de la “izquierda reciclada que ahora sería democrática, entendiendo el valor de las normas “burguesas” de civilidad, republicanismo, etc. Despertamos de la ilusión de que ya no éramos un país con una población media baja y baja más próxima al estado de barbarie que a la modernidad, salvo cuando esta última se asimila a digitar un teclado con las habilidades sicomotrices de un chimpancé. Se ha despertado de la fantasmagoría piadosa de que encaramos una generación juvenil interesada en la “educación de calidad”.

Sí, despertamos, pero, ¿de qué nos sirve? Despertamos de un sueño más o menos agradable para hundirnos en la pesadilla. Y despertamos ante la evidencia de que otros, lejos de despertar, se han sumido en un sueño aun más profundo, ese que coincide con la estupidez, ese que se expresa en balbuceantes y aterrados aplausos al movimiento de “demandas sociales”, ese que quiere comprarse una póliza de seguro, ese que sueñan las patéticas figuritas de la televisión avivando la cueca, compitiendo unos con otros a ver quien es más progre, a ver quien es más tonto, a ver quien es más servil, más útil.

Vaya despertar el que estamos experimentando….

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