Llámase “segunda infancia” al avanzado estado de senilidad y/o deterioro mental que experimenta un sujeto que, de tanto degradar en sus facultades, literalmente regresa a la etapa en que daba los primeros pasitos y decía “mamá”.
La infancia es una fase encantadora de la vida porque en ella todavía no se manifiestan las miserias que la acompañarán más tarde, ya desde la pubertad, pero muy distinto es cuando la manifiestan personas de 50 para arriba, a veces hasta más jóvenes, porque si acaso las tonterías y leseritas protagonizadas por un nene de tres o cuatro años nos hacen gracia, con esos mayores que avanzan marcha atrás dejan de ser divertidas porque los estropicios que perpetran van más allá de ensuciar los pañales.
¿De qué otra cosa sino como de una “segunda infancia” cabe calificar las posturas ideológicas del progresismo?
Es una segunda infancia política que se manifiesta en el uso reiterado, porfiado y majadero de consignas, clichés, convocatorias y llamamientos que quienes hoy los hacen, a menudo septuagenarios arrastrando las patas, hicieron en su niñez luego de la lectura de algún folleto o del suplemento dominical del diario del PC de esos años, “El Siglo”. En cuanto a los jóvenes veinteañeros o treintañeros que hacen lo mismo dan pruebas de estar sufriendo un mal aun peor, de esa degeneración del tejido encefálico que lleva a la senilidad con 40 y hasta 50 años de adelanto.
Para quienes observamos desde fuera el espectáculo y tenemos suficientes años para haberlo observado tal cual era hace décadas atrás, la escena política que se nos ofrece hoy tiene ese aire de cosa apolillada y muerta de una función de circo pobre que ya nos mamamos hace 60 años. Sí, hemos visto todo eso antes, pero es precisamente la extraordinaria falta de novedad del libreto lo que suscita asombro y no sólo por su total obsolescencia y precariedad, sino porque haya quienes tengan la audacia suficiente para ofrecerla como si fuera una Gran Obra en su función inaugural.
Es lo que nos entrega ese teatro de variedades llamado “Progresismo”; la misma función, el mismo libreto, a veces también los mismos actores. En otros casos son “debutantes”, pero todos recitan los parlamentos de siempre. Es como escuchar un episodio de “Radio Tanda” del año 1953 o ir al estadio Nacional a ver el clásico universitario cuando se presentó “Cocoliche”.
“Unidad”
¿De qué podría tratar entonces la “unidad” a la que dicho sector se convoca a sí misma con tanta frecuencia? ¿Para unirse alrededor de qué? ¿Para poner en práctica qué? La recitación conjunta de las proclamas habituales que recitaban también sus padres y abuelos no parece ser suficiente para parar un programa creíble, pero por el momento es suficiente para parar al gobierno SIEMPRE Y CUANDO no haya quienes emigren de las filas, “traidores a la causa” que tengan la peregrina idea de estudiar las propuestas conforme a su mérito en vez de rechazarlas conforme a su origen.
Y ese SIEMPRE Y CUANDO no está garantizado. Hay aquí y allá tránsfugas, desertores, congresistas que siquiera por un momento recuerdan para qué fueron elegidos. Se invoca entonces frenéticamente la unidad porque no hay otra cosa y además porque pese a las apariencias, es frágil. No pasan 24 horas de la celebración de otro “almuerzo de unidad” y ya hay quienes se desunen y reciben las consiguientes amenazas. Al p<recer la unidad es un valor cuando la unión es alrededor de algo valioso. Caso contrario queda reducida a los que pueda lograr la coacción, la amenaza, la sanción, la vigilancia.
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