miércoles, 16 de agosto de 2017

Una porfiada sonrisa…


No hay muchos precedentes en la historia universal de la política, las artes y el entertainment, así como en el inmenso catálogo de ejecutantes de todos los calibres que se ganan o ganaron la vida en esas esferas, de un uso tan extensivo, intensivo, duradero y eficaz de una sonrisa como el perpetrado por Madame Bachelet con la suya. La sonrisa intrigante de la Mona Lisa se limita a permanecer inmóvil para siempre jamás frente a las sucesivas cámaras fotográficas de los turistas japoneses, coreanos y sudamericanos que hacen el ridículo en el Louvre, pero la de doña Michelle ha demostrado capacidades dinámicas muy superiores al hidrógeno y oxígeno líquidos usados por los motores del transbordador espacial. Aunque su género la ayudó considerablemente en la dificultosa tarea de pasar desde la escotilla del tanque al trono presidencial, había otras damas compitiendo y quizás, vaya uno a saber, con más que rescatables méritos políticos para dar ese salto.
Con “méritos” nos referimos a experiencia, flexibilidad mental, tacto y no sólo contactos. Doña Michelle, sin embargo, contaba con esa sonrisa ganadora instalada en la plataforma de lanzamiento de su cara amorosa, con todo lo cual, al parecer, se completa el “set” que los psicólogos a sueldo de las revistas de señoras llaman “inteligencia emocional”. 
 Dicho sea de paso, confieso padre no tener claro a qué se refieren esos mentalistas con tan jabonosa expresión. Uno diría, en nuestro detestable y pecaminoso simplismo, que se es o no se es inteligente y su grado se mide con instrumentos como la escala de Coeficiente Intelectual de Stanford-Binet y/o la obra y performance profesional del evaluado, pero no sobre la base de la anchura de la sonrisa y otras gestualidades simpaticonas por el estilo. De acuerdo a esta escala bucal y hasta algo chacotera, el genio intelectual y emocional máximo de la galaxia es el delirante y pervertido Guasón.

Todo, sin embargo, llega a su fin. Las encuestas de credibilidad, popularidad, etc., que cada mes o a veces cada semana miden la trayectoria del gobierno -la ultima de Cadem deja a Bachelet con un magro 24% de apoyo- parecen señalar que el hidrógeno y oxígeno líquidos de su sonrisa, terminada la misión de ponerla en órbita presidencial, se consumieron del todo. Tampoco abunda mucho últimamente en la Primera Faz de la República. Ha ido creciendo en importancia un rictus a veces amargo, obstinado en otras, en ocasiones ambas cosas simultáneamente. Y por lo mismo…

A porfía y porfiada

…Y por lo mismo y para tantos millones de engañados finalmente se hizo evidente que el significado de la sonrisa presidencial no era el que suponían. Suponían con candor lo que siempre se asume frente a las sonrisas, a saber, que manifiestan una auténtica apertura mental a las necesidades y puntos de vista del prójimo, empatía y elasticidad mental asociada a muy buena onda. Nada más falso. La sonrisa en sí no es otra cosa que el acto de plegar los labios de tal modo que se curven hacia arriba y ojalá muestren los dientes. Es todo. Es un mero gesto que se aprende y despliega según la ocasión y tarde o temprano deriva a la condición de frío rictus convertido en mecanismo automático, en vacía mueca. Sonríen los buenos vendedores, los doctores de clínicas caras y los carteros cerca del día de Navidad sin que por eso nos estén entregando sus corazones. 
Una sonrisa no es más auténtica que el aire de pesar del recepcionista de una empresa de Pompas Fúnebres. Aunque puede en ocasiones expresar una emoción tranquila y profunda, lo más frecuente es que sea una máscara de quita-y-pon para simular una calidez que no existe y/o para ocultar emociones muy distintas a las que teóricamente expresaría dicho gesto. Porque, no se olvide, las máscaras se usan para ocultar, no para revelar. De eso puede inducirse que lo ocultado con una sonrisa es lo contrario de lo que la sonrisa manifiesta.

¿Y qué oculta la sonrisa bacheletiana? Oculta, a porfía, la más extrema porfía.

El secreto

La precariedad creciente de las sonrisas presidenciales es una muestra más de que doña Michelle ya no se interesa en las encuestas. Señala que da por perdida e irrecuperable su popularidad de otros tiempos, a la cual, por lo demás, ya no podría sacarle partido porque su ciclo político se cierra necesariamente en dos años. Su sonrisa y la enorme popularidad que le ganó, en especial en el alma de las señoras humildes, ya cumplieron su cometido. La sonrisa de Bachelet, como la presunta tristeza del vendedor de ataúdes, es gesto cuya utilidad termina cuando se completa la faena.

Michelle Bachelet puede incluso darse el lujo, hoy, no sólo de no sonreír tanto, sino de amenazar y afirmar, con un rictus obstinado, que “no la conocen” y a la pasada anunciar que desea “continuar la obra de Allende”. Esto último no lo dijo sonriendo, aunque, para ser francos, es para la risa. Si hay una obra desastrosa es la de Allende por mucho que a uno admire su valor personal, su hombría y la macabra elegancia de su final. Aún así no puede considerarse seriamente el “continuar” con dicha obra. Pero de eso se trata para la Presidenta; ya sin sonrisas, Bachelet nos muestra al fin, abiertamente, lo que siempre ha sido, a saber, una persona porfiada e inflexible con sus ideas, obstinada con sus puntos de vista, encerrada en estos tal como se encierra en sus círculos de hierro, detrás de sus amigas de lucha y en servidores como Peñailillo, cuya lealtad recibió, tememos, el pago de Chile.

El secreto de la Presidenta es el siguiente: es más socialista que Andrade, más socialista de lo que fue Allende y en especial más socialista que ninguno de los que hoy declaran serlo pero cuidándose de no mencionar la palabra socialismo. El secreto presidencial es que ella VERDADERAMENTE se formó en la RDA y se nutrió a plenitud con sus lógicas autoritarias, secretistas y de política de recámara. El secreto es también que tras su sonrisa se oculta su disgusto ante todo obstáculo interponiéndose en su camino porque pretende salir siempre con la suya así se venga el mundo abajo. Y este secreto, el secreto de su implacable porfía, de su impermeabilidad a los dictados de la razón y la realidad, se remonta posiblemente a sus primeras experiencias infantiles, cuando un día hizo el súbito descubrimiento que cierto desplante facial facilitaba su obstinada agenda.

Peligros

Personas así son útiles o peligrosas de acuerdo a los tiempos. Churchill era uno de esos porfiados, aunque en su caso en particular su porfía era amenizada y moderada por una poderosa inteligencia y enorme talento. Aun así, cuando su agenda no estuvo en sintonía con los tiempos y circunstancias, sus actos fueron perjudiciales para su partido, su país y para sí mismo. Cuando sí estuvo en armonía con las necesidades del Reino Unido, el hombre fue providencial.

¿Cuál es el caso con nuestra Presidenta? Sin duda está convencida de tener en la lista de su agenda del año todo lo que el país requiere y para lograrlo está dispuesta a seguir adelante como sea. Doña Michelle es como la mami que le planta la necesaria inyección en el poto al chiquillo por mucho que patalee, pero en este caso hay un problema: la inyección de la mami es asunto muchísimo más seguro en su necesidad y efectos salutíferos que la cánula que nos inserta cada día la Presidenta. No importa; los convencidos, los iluminados y las vanguardias juran que POSEEN la cánula repleta a rebozar de VERDAD y que nosotros, los descreídos, sólo estamos pataleando. En esa megalomanía se ha insistido; hace pocos días un personero de la NM volvió a advertirnos en tono de reproche que el problema del gobierno se reduce a uno de comunicación y este, a su vez, se reduce a lo mal alumnos que somos nosotros, el pueblo soberano. No es entonces falta del emisor, sino de los receptores.

¿Qué puede esperarse entonces para el 2016? Más inyecciones incomprendidas por las porfiadas nalgas de la nación.

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