Columna de Fernando Villegas:
Ni hay retórica capaz de maquillar el cadáver ideológico que inspira al progresismo ni hay modo airoso de abandonar el cementerio.
El “legado de Bachelet” nunca ha tenido mucha sustancia. Como el vestido con que Cenicienta salió de carrete con el Príncipe, apenas sonaron las doce regresó a su humilde condición, a las dos o tres leyes dirigidas a promover causas glamorosas o muy debatibles del gusto de ciertos grupos de presión y que no requirieron sino votarlas favorablemente, para luego promulgarlas en el Diario Oficial. En las filas de la NM hay quienes se percataron de eso y dicen que ahora, habiéndose rezado lo suficiente por el espíritu del difunto, llegó la hora de enjugarse las lágrimas y pasar a otra cosa. Estos deudos, los más avispados del lote, temen aun otra conversión, la del legado en pesada ancla hundiendo con ella al completo cortejo.
Esa estratégica retirada es aun muy parcial y tentativa. Por ahora la inmensa mayoría del sector o cree todavía en el Segundo Advenimiento o siente que no hay nada a la mano para simular que están vivos, salvo insistir en el valor del “legado”. Quizás esperen que invocándolo sin cesar la gente terminará por creer en su existencia. Sería un ejemplo de laboratorio de las virtudes de la posverdad. Todo puede ser. Además la sola palabra “legado” tiene un efecto positivo; sugiere la grata perspectiva de recibirse un beneficio sin ningún esfuerzo. Normalmente un funeral es ocasión cuando aparecen infinitos parientes de cuya existencia no se tenía noticia, supuestos amigos de infancia, hijos apócrifos, amantes de hace 40 años y/o víctimas de acosos –queja más a la moda– perpetrados en la kermesse del colegio cuando el difunto era púber. Todos por igual están dispuestos a acuchillarse por lo que consideran suyo, pero, en este caso, apenas muerto el gobierno de Bachelet, automáticamente cada uno de los 17 millones de chilenos recibiría su justa parte de la herencia. Todo lo que se nos pide es seguir apoyando a los albaceas.
Otros legados
A propósito de legados, hay otros recibidos hace mucho pero debido a nuestra ingratitud y tradicional mala memoria ya se nos olvidaron. Con ocasión del sepelio que algunos celebran por anticipado ante el cuerpo maltrecho de la decé, un columnista ha recordado los bienes que dicha colectividad le donó al país hace unos 50 años, tales como la reforma agraria y la chilenización del cobre. A la vista del estropicio del presente y quizás con lágrimas en los ojos se preguntó qué queda hoy de la sabiduría de Frei Montalva, de la elocuencia de Tomic y de la nobleza de Leighton.
Respuesta: nada. Tal vez tampoco había mucho. La florida elocuencia de Tomic nunca fue más, según algunos tratadistas, que un número de vodevil político, mientras la sabiduría de Frei no le permitió prolongar su régimen a pesar de que al llegar al poder su sector juró que se inauguraba el Reich de los mil años. Pero es tema debatible. Quizás dicha elocuencia sí fue productiva y quizás dicha sabiduría misteriosa aun alimenta las almas sensibles de los devotos de la doctrina social de la Iglesia. ¿Por qué no? En las filas del PS y del PC personajes ilustres de hace un siglo o más siguen inspirando sentimientos de la más pura devoción. Los Recabarren, los Lenin y los Marx reciben ofrendas florales y verbales y de vez en cuando se va en romería a contemplar la momia de uno de ellos. No quisiera más el padre Hurtado.
Esa actitud retrospectiva propia de quien, como la mujer de Lot, se obstina en mirar hacia atrás, sólo puede recoger los frutos ya conocidos, Génesis 13:5-13; 18:20-33; 19:1-29. Fundar los méritos en presuntas herencias de hace medio año o hace medio siglo no habla de futuro, vida y salud, sino de pasado, decrepitud y muerte. Dicho sea de paso, permítasenos esta simple distinción: la herencia es “legado” sólo si es valiosa, no un montón de deudas. En cualquier caso no es ítem de interés para quien respira y se proyecta. Una política convertida en almanaque de efemérides y lutos -Legado, Museo de la Memoria, Misas conmemorativas, Homenajes, reiteradas exhumaciones, etc.– es una política muerta.
De todas las sensibilidades que enriquecen el progresismo-socialismo y se aferran al legado como tabla de salvación, ninguna es más conmovedora o al menos más vistosa que la decé. Enferma desde hace mucho, bien pudiera encontrarse en estado terminal, pero entiéndase que en política la fase “terminal” no equivale a estar a punto de desaparecer, sino de entrar a un estado de vida suspendida, suerte de subsistencia criogénica al margen del mundo; es el paso de la religión universal a la secta local, del movimiento masivo al cenáculo, del programa a las Memorias, de la página política a la de los obituarios. Por eso es a ella a la que se refieren una y otra vez los columnistas, V.S. incluido. ¿Cómo evitarlo? Una agonía de tal calado no puede pasar desapercibida. Y si es funeral, entonces un mínimo de respeto obliga a sumarse al cortejo. En cuando al PR, dicha actitud de acompañamiento periodístico es innecesaria porque al margen de la breve resucitación perpetrada por Guillier, ese cuerpo está muerto desde hace muchas décadas. Nadie va al mausoleo de Pedro Aguirre Cerda en estos días. Muy probablemente sus potenciales visitantes habitan el mismo territorio.
Quiebras, remates
Que nuestra izquierda se obstine aun -pero insistimos, hay ciertos leves y tímidos síntomas de “liberación”– en hablar de legado en vez de percatarse que los visitó el Síndico de Quiebras o una empresa de Remates revela no sólo el efecto brutal de una derrota que los dejó atónitos, sino, en la raíz, una quiebra ideológica que experimentan desde hace mucho pero hasta ahora más o menos en segundo plano. Es el colapso estructural de sus postulados derivados del marxismo y sus evangelistas del siglo pasado. Parchado con crema pastelera, hoy se resquebraja y su ruina se hace visible por todos lados. Por eso, como los obispos del siglo 18 que no creían en Dios, no pocos progresistas ya no creen en la conmovedora narrativa del modelo alternativo con hombre nuevo y todo. Se persignan todavía cuando pasan frente al sagrario, pero no otra cosa hace el padre Gatica. Otros hacen un esfuerzo hercúleo sólo para creer que siguen creyendo en lo que creían. Ambos, creyentes obstinados o cínicos camuflados, están por igual dentro de un túnel que ellos mismos cavaron por años de años y sin otra salida que dar marcha atrás. Pero ¿cómo hacerlo? No es banal ser parte de una cultura política donde se ha convivido desde siempre con amigos y parientes de esa sensibilidad y con ellos se ha labrado una carrera y reputación. Muy incómodo asumir el rol del “renegado Kautzky”. Continúan, entonces, haciéndose esperanzas con la proverbial luz al final del túnel. El penúltimo recurso del método fue verter el viejísimo y agrio vino de sus creencias en odres nuevos, los del cantinfleo progre con pos-verdad, agendas valóricas y sensibilidades alternativas incluidas, lo cual sirvió para arrastrar a muchos fieles al interior del túnel, pero no sirve para salir de él.
¿Cómo podrían? Ni hay retórica capaz de maquillar el cadáver ideológico que inspira al progresismo ni hay modo airoso de abandonar el cementerio. Quizás por eso los más porfiados feligreses prefieren cerrar los ojos aunque estrellen una y otra vez la cabeza contra el muro del fracaso. Sólo los chinos, pueblo práctico por excelencia, lo comprendieron todo y se atrevieron a todo. Recuérdese a Chou-en-lai: “No importa el color del gato con tal que cace ratones”. El gato socialista nunca cazó ni una laucha.
Por todas esas razones el abandono de la retórica del legado que algunos ya susurran no será expedito porque no se puede inventar de la nada un credo nuevo o recauchar el viejo para que lo parezca. Sólo el chileno corriente, quien muy poco va a misas políticas, no necesitó hacerse estas penosas cavilaciones; le bastó con lo que veía y sospechaba que iba a ver. En eso consiste la sabiduría popular, en la capacidad inconsciente pero tan precisa como un refrán popular para distinguir entre lo que sirve y lo que no. Es un juicio al voleo pero inapelable, oscuro en su gestación pero claro en su resultado.
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