Autor: Fernando Villegas
El paisaje social de Chile ha cambiado y no hay ya lugar para maniqueísmos.
En estos días y en melancólicas veladas celebradas en casa de “socialités” del progresismo se comenta con horrorizado estupor la inesperada “movilización de la derecha”. “Movilización” es término políticamente correcto, casi venerable, pero en este particular ambiente su pronunciación es acompañado por un hálito amargo; en dichas congregaciones de viudas y viudos el sentimiento imperante es que no fue una demostración de democracia pura y digna como las de la izquierda, sino ocasión cuando inocentes ciudadanos habrían sido arrastrados al error en el mismo pérfido estilo como Lucifer nos arrastra a la perdición. Con esta versión los alicaídos comensales sin saberlo imitan -aunque desvaídamente- a Maduro, quien reflotó por enésima vez en la historia del socialismo latinoamericano al imprescindible y servicial imperialismo yanqui con el fin de explicar ahora el porqué de la ausencia de perniles de chancho para celebrar la Pascua. Acá se ha sustituido -por el momento- al imperialismo ladrón de chuletas con “la derecha” tentando a los fachos pobres. Era esperable; es sector que habita una dimensión espiritista, en un plano mucho más virtual y verbal que real y, por lo mismo, cualquier cosa que tenga el feo mérito de existir es el enemigo, cualquiera sea su forma.
Y uno de los avatares de esta existencia dura que torpedea los bellos ideales de las almas piadosas es “la derecha”, monstruo tan sólido y tangible como la Contraloría General de la República. Capaz de toda laya de felonías, ha tenido ahora la malicia de activarse como nunca antes.
Y uno de los avatares de esta existencia dura que torpedea los bellos ideales de las almas piadosas es “la derecha”, monstruo tan sólido y tangible como la Contraloría General de la República. Capaz de toda laya de felonías, ha tenido ahora la malicia de activarse como nunca antes.
Sin embargo y pese a su abundante uso tal vez sea la hora de preguntarse si esta expresión, “la derecha”, hace justicia al sujeto histórico y político que se movilizó a tan alto grado. Hablar de “la derecha” mantiene vigente un concepto que peca de insuficiencia, uno que en su machacona estrechez y reiteración deja de percibir la naturaleza de lo sucedido, deja de ver quiénes realmente se “movilizaron”, deja de entender los motivos subyacentes de ese fenómeno y en breve deja de comprender qué está sucediendo en Chile.
Tan porfiado uso sólo sería aceptable y puede tener eficacia como arenga para envalentonar a la tropa; para eso hablar de “la derecha” sirve. También aporta el hablar de “unidad”. Con ellas y durante este receso veraniego el progresismo se prepara para su contraofensiva de marzo.
Los datos
Los datos están poniendo las cosas en su lugar. Los primeros análisis muestran que la movilización piñerista tanto para cuidar votos en las mesas como para acudir a votar en ellas no se limitó, ni mucho menos, a lo que el término “derecha” significa. Si NO ha de ser un mero gesto verbal impreciso y displicente para motejar a los votantes de Piñera, “derecha” sólo puede y debe significar, políticamente, el cuerpo ciudadano formado por militantes, simpatizantes y votantes perpetuos de RN y UDI, mientras sociológicamente sólo puede y debe hacer referencia a los sectores asociados a la élite del país, a propietarios de peso, altos ejecutivos, profesionales de nivel medio para arriba, etc., núcleo alrededor del cual orbitaría -pero esto ya es mucho más difuso y vago- un cinturón de asteroides de menor tamaño, a saber, pequeños comerciantes y empresarios de pymes, empleados temerosos de caer en el abismo, señoras piadosas, ancianos de clase media, etc., etc.
Esa es “la derecha”, pero ni siquiera sumando todas sus partes se explica el contundente triunfo de Piñera y menos aún se comprende el profundo cambio cultural que una columna calificó como “desplazamiento de placas tectónicas”.
El miedo
Lo que se movilizó el 17 de diciembre, amén de “la derecha”, fue el miedo. MIEDO, pero entiéndase este miedo no como un estado emocional transitorio azuzado con mañosas y artificiosas campañas del terror, sino como expresión del natural instinto de supervivencia económica y social de una creciente y ya masiva ciudadanía conformada de modo muy distinto a las categorías que cansina y majaderamente se siguen usando. Es ahí, en la composición y estructura de ese nuevo eje atravesando y rasgando el sistema de estratificación clásico, donde se encuentra el origen de los miedos. Es, dicho vasto grupo, lo que en términos insultantes pero retorcidamente correctos el diputado PC Gutiérrez llamó “fachos pobres”.
Los “fachos pobres” de Gutiérrez no son sino los estratos surgidos en los últimos 30 años y que con toda razón miran con la más absoluta desconfianza y en casos extremos, con miedo, la clase de retóricas e iniciativas políticas que conducen o pueden conducir a ingenierías sociales universalmente fracasadas aun si se ejecutan a medias pues, de todos modos, harían sal y agua sus beneficios. El temor de tantos a que en Chile se repliquen siquiera parcialmente las experiencias del “socialismo bolivariano” no responde a un pavor caprichoso y/o manipulado por especialistas en propaganda política, sino es reacción razonable ante hechos reales: independientemente de las intenciones de quienes corean los motes y mitos del progresismo corriente, las políticas nacidas de esas consignas inevitablemente, así lo sospecha este nuevo ciudadano, ponen a una sociedad en un tobogán resbaladizo que conduce a grados crecientes de estancamiento y conflicto.
¿Por qué, entonces, quien con arduo esfuerzo ha llegado a tener algo, como ocurre con millones de chilenos, no iba a temer ese desenlace a dos, tres o cinco años plazo?
Y para evitarlo votaron por Piñera. No es que sean “de derecha”, pero no desean ser “de izquierda”. Motejar eso de histeria, de fantasía, etc., es no entender la realidad, incluso pretender aleccionarla. A esta nueva y numerosa generación de chilenos no les vienen a contar cuentos. Ya saben cuán poco valen las promesas y cuán vacías son las consignas. En subsidio de una experiencia directa de en qué terminan esos experimentos, disponen de abundantes medios de comunicación institucional y personal para enterarse. Por eso no hay misterios respecto de lo que sucede dentro de Venezuela como sucedía con la URSS y Cuba en los años 60, cuando la escasez de información hacía suponer que esas naciones eran, después de todo, el Paraíso aquí en la Tierra.
Los “fachos pobres” de Gutiérrez no son sino los estratos surgidos en los últimos 30 años y que con toda razón miran con la más absoluta desconfianza y en casos extremos, con miedo, la clase de retóricas e iniciativas políticas que conducen o pueden conducir a ingenierías sociales universalmente fracasadas aun si se ejecutan a medias pues, de todos modos, harían sal y agua sus beneficios. El temor de tantos a que en Chile se repliquen siquiera parcialmente las experiencias del “socialismo bolivariano” no responde a un pavor caprichoso y/o manipulado por especialistas en propaganda política, sino es reacción razonable ante hechos reales: independientemente de las intenciones de quienes corean los motes y mitos del progresismo corriente, las políticas nacidas de esas consignas inevitablemente, así lo sospecha este nuevo ciudadano, ponen a una sociedad en un tobogán resbaladizo que conduce a grados crecientes de estancamiento y conflicto.
¿Por qué, entonces, quien con arduo esfuerzo ha llegado a tener algo, como ocurre con millones de chilenos, no iba a temer ese desenlace a dos, tres o cinco años plazo?
Y para evitarlo votaron por Piñera. No es que sean “de derecha”, pero no desean ser “de izquierda”. Motejar eso de histeria, de fantasía, etc., es no entender la realidad, incluso pretender aleccionarla. A esta nueva y numerosa generación de chilenos no les vienen a contar cuentos. Ya saben cuán poco valen las promesas y cuán vacías son las consignas. En subsidio de una experiencia directa de en qué terminan esos experimentos, disponen de abundantes medios de comunicación institucional y personal para enterarse. Por eso no hay misterios respecto de lo que sucede dentro de Venezuela como sucedía con la URSS y Cuba en los años 60, cuando la escasez de información hacía suponer que esas naciones eran, después de todo, el Paraíso aquí en la Tierra.
Otro paisaje, otra fisonomía
En resumen, el paisaje social de Chile ha cambiado y no hay ya lugar para maniqueísmos. Ha cambiado no sólo porque emergen nuevos grupos, como emergió en distintos momentos del siglo XX la clase media, sino por la forma como también se han transformado culturalmente los estratos y clases ya existentes, incluyendo “la derecha”. El miembro típico de la clase trabajadora del pasado surgida y basada en un sistema económico tradicional y previsible, el obrero “del hierro, del salitre y del carbón” como decía Allende, así como el empleado del Estado, el dentista por años de años, el profesor, etc., podían ser la mayoría de las veces “hombres o mujeres de izquierda”, siendo esta más una afiliación que una opción, una identidad de por vida como ser católico o masón, pero esa postura vitalicia se ha ido disolviendo.
Hoy nadie se siente a salvo dentro de una burbuja institucional o de clase, a resguardo de los vaivenes de la economía, como tampoco nadie espera jubilarse en 40 años y recibir un reloj enchapado en oro; al contrario, TODOS perciben que su bienestar depende de condiciones cambiantes asociadas al ritmo de la actividad económica y al cambio tecnológico, que es dependiente de las inversiones, de las confianzas y de factores que otrora parecían materia sólo de interés para los académicos. Por eso ya no toman partido a base de convocatorias tan antiguas como el “ora pro nobis”, sino buscan a las personas, los equipos y las políticas que les ofrezcan confianza de que la casa no se va a desplomar sobre sus cabezas.
Personalmente vimos a muchos sujetos de esa clase, “izquierdistas de toda una vida”, anunciando a quemarropa que iban a votar por Piñera “porque con estos otros tipos nos vamos a la cresta”. ¿Subjetividad de fascista pobre? No; es la voz de un Chile que ya no compra automáticamente nada ni se sube ciegamente a ningún bus.
Hoy nadie se siente a salvo dentro de una burbuja institucional o de clase, a resguardo de los vaivenes de la economía, como tampoco nadie espera jubilarse en 40 años y recibir un reloj enchapado en oro; al contrario, TODOS perciben que su bienestar depende de condiciones cambiantes asociadas al ritmo de la actividad económica y al cambio tecnológico, que es dependiente de las inversiones, de las confianzas y de factores que otrora parecían materia sólo de interés para los académicos. Por eso ya no toman partido a base de convocatorias tan antiguas como el “ora pro nobis”, sino buscan a las personas, los equipos y las políticas que les ofrezcan confianza de que la casa no se va a desplomar sobre sus cabezas.
Personalmente vimos a muchos sujetos de esa clase, “izquierdistas de toda una vida”, anunciando a quemarropa que iban a votar por Piñera “porque con estos otros tipos nos vamos a la cresta”. ¿Subjetividad de fascista pobre? No; es la voz de un Chile que ya no compra automáticamente nada ni se sube ciegamente a ningún bus.
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