Columna de Fernando Villegas:
Este domingo ya no se está reemplazando una coalición, sino a una persona y su círculo por otro; se sustituye el porfiado personalismo de Bachelet por el presuntamente más eficaz de Piñera; se reemplaza una casta ejecutiva probadamente inepta por otra a la que se supone más eficiente.
Este domingo se inicia un nuevo gobierno en medio de un estado de ánimo nacional en el que imperan, como en la novela de Dickens y quizás con el mismo resultado, Grandes Esperanzas. Estas provienen no sólo de los ciudadanos independientes y los de derecha que votaron por Piñera, sino también de los no pocos votantes que se cuadraron con Guillier pero a regañadientes, incluso con cierto inconfeso temor de que ganara. Quienes, arrastrados por la fuerza de la costumbre y el peso de su entorno familiar y social, sufragaron de ese modo, no recibieron el triunfo de Piñera con jolgorio, pero respiraron en paz como respira quien aceptó hacerle un gran préstamo a un tío en quiebra y eventualmente este no lo pidió. Habría que sumar a los que sí cometieron apostasía en las urnas, cosa de necesidad matemática o no se explica el 55%. Quién sabe cuántos presuntos votantes de la NM nunca lo fueron y despertaron la mañana siguiente con la sensación de haber cometido un negro pecado, pero también con un suspiro de alivio. Es posible que igual sentimiento haya aligerado el alma de Guillier, perdido en un laberinto en cuya única salida lo esperaba, con su meliflua sonrisa de mandarín, el señor Teillier.
Dicha satisfacción clandestina de seguro la experimentaron muy especialmente los contingentes electorales de la decé porque esta colectividad, pese a los majaderos exorcismos de quienes ahora, en su senectud política, proyectan los pinitos y ardores reformistas de su adolescencia física, NO habita el territorio de la izquierda. En puridad no se sabe dónde habita. Hay tantas versiones sobre su vecindario como dirigentes de ese partido. Pero ahora ya no importa …
Superman
Lo que ahora importa es esto: hayan sido de derecha o no, independientes o simpatizantes, “millennials” o ancianos emergiendo de sus lechos para cumplir con su deber cívico, en la gran mayoría de los casos el votante de Piñera no lo hizo para colocar en el gobierno a “la derecha”, como tampoco por amor a los principios liberales que algunos pretenden poner en circulación para derrotar al “progresismo”, sino votaron por Piñera para y por y sólo por Piñera, por el Mesías de la gestión, por Superman y no por el equipo de la alcaldía de ciudad Metrópolis.
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En esta votación por un nombre particular, no por una marca colectiva, el votante de Piñera no hizo sino expresar lo que ya se manifestó en embrión en elecciones anteriores, el ahora acelerado abandono de las por demás tibias lealtades otorgadas por el ciudadano común a las colectividades que ocupan cierta franja del territorio que va desde la derecha a la izquierda, fenómeno que ha ido en paralelo al decaimiento de las posturas políticas basadas en una cultura familiar y personal de toda la vida y su sustitución por el acto de preferir, según la ocasión, a individuos providenciales que parezcan representar lo que en cierto momento se cree necesario. Interesa, hoy, quien parece capaz de entregar la mercancía. El ciudadano no vota como antes por el candidato de una coalición, sino son las coaliciones las que eligen como candidato a quien ya ha sido votado como tal por dicho ciudadano. Los partidos no tienen otra opción que resignarse y ponerse a la cola.
Todo esto es muy sabido. No es misterio el fenomenal descrédito en el que se ha derrumbado la política tradicional, esa cooperativa de socorros mutuos de una casta que se autoperpetúa con pitutos a la medida tanto en Chile como en el extranjero. Ya no asombra que se la catalogue como actividad propia de ineptos y/o corruptos y se la mire con el mayor desprecio. Es la base psicológica que ha alimentado la advertencia ya convertida en cliché de que nos aproximamos al populismo. Sin embargo tal vez el proceso sea mucho más profundo que eso.
Otro paradigma
Bien pudiera ser que el populismo no sea sino la fase inicial de un proceso de mucha mayor envergadura, el de la transición desde las democracias hacia regímenes centralizados al margen del control ciudadano y libres de limitaciones temporales y legales. Hay ya en stock fases bien maduras de eso, como en China, donde acaba de ponerse fin al gobierno corporativo del PC -especie de democracia de club- al terminarse con los límites del mandato del Presidente Xin, quien podría perpetuarse. Con eso el régimen se encamina hacia la fase de la autocracia absoluta.
Detrás de este proceso operan enormes fuerzas demográficas, económicas, tecnológicas, psicológicas y culturales que hacen crecientemente inviable el funcionamiento de la democracia tal como, en otros tiempos, grandes fuerzas hicieron inviables las monarquías. Los sistemas políticos suponen ciertas condiciones y no sobreviven su demolición. Son, como todo, esclavas de Cronos. Hoy esas fuerzas promueven y hasta hacen necesario el surgimiento, desarrollo y consolidación de sistemas de poder cada vez más monopólicos y monolíticos. El modelo previo más simple del sistema que hoy se ve venir fue el del período del “Principado” en el Imperio Romano, donde y cuando todo dependía del autócrata y la fuerza armada era totalmente dependiente de él y sólo de él, pero al mismo tiempo se guardaban las apariencias con un Senado de fachada y una plebe cuyas quejas y demandas se tomaban parcialmente en cuenta. Fue la política del “panem et circenses”. Dicho sea de paso, la “democracia” nunca ha funcionado sino en la medida en que entra en sórdida aleación con elementos no democráticos.
Las vías
Entre las modalidades que manifiestan este proceso hay algunas de opereta latina, como la protagonizada por Chávez y Maduro en Venezuela y la del señor Morales en Bolivia; en otros casos, su dimensión está seriamente preñada de consecuencias globales, como en China; en Rusia tomó una forma entre mafiosa y zarista y es manejada por Putin con suma perfección; en Europa aparece como la rápida disolución de las lealtades partidarias clásicas y la emergencia de líderes a la cabeza de movimientos sosteniendo posturas extremas; en USA un nuevo modelo, indefinible aun pero ya resquebrajando todo lo conocido, asoma su cabeza. Analistas del NYT temen por la de México. Y hay más casos y variantes del proceso, por igual llevando a la personalización y tecnocratización del poder y su alejamiento de la presunta ciudadanía “empoderada”, a la cual hoy se la engaña -“circenses”- con una fantasía participativa y, por otro, se le concede acceso a una suerte de teléfono de emergencia por si un déspota de provincia hizo las cosas demasiado mal. Este es el “panem”.
Chile
Piñera, entonces, por su modo transversal de acceder a La Moneda, tal vez represente mucho más que el reemplazo de una coalición fracasada por otra que aún no prueba si tendrá éxito. Tras la apariencia de continuidad democrática, de luchas de poder entre partidos y coaliciones, quizás estamos viendo el siguiente capítulo de una metamorfosis aun balbuceante. Este domingo ya no se está reemplazando una coalición, sino a una persona y su círculo por otro, se sustituye el porfiado personalismo de Bachelet por el presuntamente más eficaz de Piñera, se reemplaza una casta ejecutiva probadamente inepta por otra a la que se supone más eficiente. La apariencia de agendas y filosofías globales como protagonistas de la historia es más intensa que nunca, pero más hueca que casi siempre. Su ruidosa condición es más histriónica que histórica y revela a cada paso su escasa sustancia. Los chicos del FA lo han detectado muy bien.
¿Cuál será, entonces, el carácter del nuevo gobierno comparado con la historia política previa de la nación? ¿Simplemente la transición desde una coalición a otra, un nuevo turno en el juego de las sillas musicales? ¿Alguna forma de transacción entre los principios de la derecha con los ya instalados por el progresismo? ¿Una transformación desde obsoletos principios semisocialistas por la también obsoleta agenda liberal? Posiblemente una confusa mezcla de todos esos vectores, pero principalmente podría ser otro paso en el camino inaugurado por el primer gobierno de Bachelet hacia formas de Estado, convivencia y gestión política considerable