Fernando Villegas - Marzo 15, 2020
Si en Chile el Covid-19 crece exponencialmente y produce los efectos que se ven ya en otras naciones, y, por añadidura, nuestro gobierno adopta medidas similares a las de aquellas, entonces, ¿qué efectos producirá eso en el escenario político?
La pregunta viene a cuento porque inevitablemente la escala misma del fenómeno debiera producirlas. Inconcebible es que “política” y “pandemia” corran cursos paralelos. Aceptando ese “si”, que siendo un condicional es de todos modos muy probable, imposible es que la dinámica política que vive Chile no se vea afectada.
Los factores que tendrían – o tendrán– que producir dicho efecto son los siguientes:
1. La captura casi absoluta de los medios de comunicación por la pandemia y sus consecuencias, lo cual equivale a una proporcional disminución relativa del tema político. Debe considerarse que la agitación mediática ha sido FUNDAMENTAL para definir la naturaleza de los eventos del 18 de octubre en adelante como “estallido social”, instalarlo de ese modo en la conciencia pública, preservarlo en dicha condición y últimamente inocularle vigor en momentos en que el presunto “estallido social” ha ido perdiendo respaldo ciudadano en la medida que se desnuda la violencia y agenda de sus grupos originarios. No sólo en este caso sino en cualquier evento político la circulación de ideas y sentimientos no es sólo un fenómeno de comunicación, un mero instrumento o anexo, sino parte constitutiva de su naturaleza. La política es acción conjunta convocada por mensajes, llamamientos, convocatorias, metáforas, narrativas, interpretaciones; si el mecanismo que lo hace posible se entorpece, entonces el hervor político se entibia y eventualmente enfría y hasta congela. La entera política de la censura se basa en ese axioma.
2. Las concentraciones, marchas, etc, se harán imposibles tanto por el temor de sus eventuales participantes a poner en riesgo su salud como por estar, ahora, LEGÍTIMAMENTE prohibidas y por lo mismo, si llegan a existir, LEGÍTIMAMENTE disueltas. Amén del factor comunicacional ya mencionado, la presencia visible en espacios públicos es también parte esencial de la existencia de un movimiento político, más aun si este pretende su legitimación precisamente alegando una representación masiva del pueblo. Su disminución y hasta desaparición asestaría entonces un golpe mortal a las “demandas sociales”.
3. La acción rápida, visible y efectiva del aparato del Estado para afrontar la crisis de salud no podrá sino fortalecer la imagen del gobierno y del presidente, así como de la fuerza pública que se ponga en acción para esos efectos. Lo contrario sucederá si la oposición, sea o no sea el caso, instala la percepción de que la respuesta del gobierno ha sido INSUFICIENTEEEEE!!!
4. La posible y quizás hasta probable postergación del plebiscito -por ser, un acto electoral, un evento muy masivo totalmente en contradicción con las medidas de “distanciamiento social” que impone la pandemia– introduce un factor de enormes consecuencias, aunque de mucho más arduo pronóstico y quizás hasta del todo imprevisible. En efecto, las siguientes sub variables pueden entrar en acción:
5. La forzada paz resultante de la dificultad para convocar actos masivos puede gradualmente disociar la alternativa “apruebo” de la violencia, disminuir la ansiedad de muchos votantes al respecto y hacer así más plausible y legítima dicha opción para los sectores ahora dudosos cuando finalmente la votación se celebre.
6. O, al contrario, el enfriamiento del fervor político debida a la postergación y la omnipresencia del Estado haciendo las veces de médico y enfermero pueden otorgarle a la opción “rechazo”, directa o indirectamente asociada al status quo, una dosis extra de legitimidad y fuerza.
7. Si la pandemia genera efectos de “destrucción masiva” de la vida económica y produce además un número importante de muertes, la situación psicológica y política que sería el efecto podría llevar a una SUSTITUCIÓN del plebiscito por algún otro mecanismo de reforma, lo cual, automáticamente, anularía completamente la energía cinética del movimiento revolucionario.
8. Si dicha posible postergación se anuncia, los grupos violentistas podrían reaccionar con aun más violencia y de esa manera destruir del todo los ya precarios fundamentos de su presunta representación del interés ciudadano. Más aun, el gobierno contaría, en ese caso, con un apoyo masivo y abierto –aun más del que ahora escondida y calladamente tiene– para llevar a cabo medidas policiales efectivas.
9. Un colapso económico entendiendo por tal tasas de cesantía de 20% o más pondría en el escenario una situación tan crítica que, inevitablemente, el centro del escenario político se transformaría del todo ya sea sacando completamente del escenario el tema plebiscitario, o, a la inversa, haciéndolo parecer aun más urgente y más asociado a cambios institucionales globales del modelo.
Todas estas variables y sub variables no sólo son complejas en sí mismas sino, todavía más, en sus mutuas interacciones generan complejidades aun mayor, lo cual a su vez depende del grado de daño que la pandemia inflija al país.
¿Qué clase de pronóstico puede entonces hacerse respecto a la relación política-pandemia? Los factores mencionados -y sin duda hay algunos más– configuran un cuadro digno de la teoría del caos, esto es, un sistema de interacciones de tal complejidad que resulta incalculable. Una sola cosa parece indiscutible: todo movimiento político depende, para su existencia, en seguir haciéndolo y cada vez con mayor velocidad o intensidad; si algo lo entorpece o hasta detiene, muere. Y debido a esto podemos prever una segunda cosa: la oposición hará todo lo posible por usar la reacción del gobierno a la pandemia a su favor, caracterizándola de la peor manera posible aun si esta es efectiva. Si lo hace será el manotazo de quien se ahoga.