martes, 20 de marzo de 2018

Máximo Común Denominador – (Parte 1)

¿Qué tienen en común los inusuales fenómenos políticos que se viven hoy en Estados Unidos -como las manifestaciones normalmente violentas del grupo Antifa, la declaración en pro del socialismo (como sea lo entiendan) de algunos líderes demócratas y la porfiada campaña anti Trump de casi la totalidad de sus medios de prensa- con los gobiernos fracasados y criminales de Venezuela y Nicaragua? ¿Cómo se relaciona todo eso con la Nueva Mayoría chilena y su intento de promover “trasformaciones profundas” que sólo dejaron un profundo fracaso, un inmenso déficit y ahondaron la crisis estudiantil? ¿Y en qué se relaciona todo eso con el régimen de Kirchner y señora que terminó con Argentina casi en la ruina? Y, finalmente, ¿cómo se vinculan esos hechos con un discurso políticamente correcto que en los países europeos está llevando a ese continente a la destrucción de su identidad?  Podríamos mencionar muchos otros fenómenos similares por su tono, sus propósitos, su lenguaje, sus convocatorias y sus movilizaciones.

Ese elemento común existe: cada uno de los eventos mencionados materializa o expresa una movilización ciudadana, pero esta vez inmensamente más poderosa que la observada en cualquier otro momento del pasado. Su extensión abarca gran parte del globo y su propósito es nada menos que hacer JUSTICIA entendida como una redistribución masiva de beneficios, derechos y poder. Intenta, en el fondo, una reconstrucción total del orden social. De ahí que las diversas narrativas de los movimientos que se observan en distintas partes tiendan a compartir las mismas ideas acerca de los efectos de la globalización capitalista. Todas nos dicen que es un artefacto ya sobrepasados los límites de su utilidad y agudizando la desigualdad, marginando a las poblaciones bajo su férula y destruyendo aceleradamente el medio ambiente. Más aun, a dicho sistema se le atribuye responsabilidad por los actuales fenómenos migratorios, los que derivarían, continúa la narrativa, de conflictos cuyo origen se encontraría en procesos de colonización iniciados hace medio milenio, durante la época de la expansión de Europa en el resto del mundo.

Con esta movilización universal y rechazando del todo el sistema imperante encaramos un hecho único por su magnitud, aunque no nuevo en su naturaleza, avatar mayúsculo de un fenómeno recurrente e intermitente de la historia humana, a saber, la a menudo repentina explosión de demandas y/o furiosas revueltas de clases, castas, etnias o nacionalidades hacia las élites gobernantes. Estas revueltas involucran tarde o temprano una abrumadora mayoría y por esa sola razón provocan una  conmoción considerable.  Lo hacen como muchedumbres callejeras o grupos organizados invadiendo los espacios materiales, institucionales, culturales y mentales de la sociedad para generar una gran presión disruptiva, a veces con violencia física. En algunas oportunidades este arranque de indignación dura muy poco y es sofocado en el acto con medidas represivas a veces muy brutales, pero en otras el fenómeno es mucho más intenso y duradero y termina suscitando un quiebre del sistema social. En el primer caso hablamos de revueltas, en el segundo de revolución.

¿Qué empuja a estas masas a salir de su pasividad y resignación acostumbradas y evacuar súbitamente iras, reproches o resentimientos acumulados por décadas? En realidad no hay tal o cual causa  que “empuje” si por tal se entiende la aparición de la protesta desde un estado de calmada satisfacción. El disgusto está siempre presente porque es expresión cotidiana de las condiciones en que dichas masas viven. Si en “tiempos normales” la insatisfacción no se revela es porque se manifiesta sólo en expresiones individuales y marginales debido a la barrera opuesta por la fuerza moral y material del aparato de control social, el cual las mantiene en esa condición privada, invisible e inocua. La pasividad y privacidad de la protesta se convierte en activa y pública cuando esa capacidad de contención se debilita o incluso se desmorona. Esto puede suceder por la acción de varios factores actuando juntos o por separado: un estado extremo de miseria material en la forma de hambrunas o escaseases intolerables que haga perder la paciencia aun a los más cautelosos, un deterioro de la legitimidad del sistema en el espíritu de ciertos segmentos debido a la pérdida de toda esperanza de ascenso social, la aparición y desarrollo de una narrativa ideológica que desvalorice el actual estado de cosas, una gradual acumulación de cambios en costumbres y usos o el surgimiento de una coyuntura política inusitada que abra un espacio muy grande a la protesta; puede también ser lisa y llanamente destruido por una guerra desastrosa.


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