Siempre me ha apabullado. Por su altura, su memoria, su capacidad de disparar frases mordaces y provocativas. A veces ajenas, como esta de lord Chesterfield sobre la fornicación: “La postura es ridícula, el placer es transitorio y el costo es inmenso” y otras veces propias, como esta sobre la vida en pareja: “Quien ve el matrimonio como una empresa para la felicidad personal no durará casado, porque el matrimonio es una exigente Pyme”.
Fernando Villegas Darrouy (66) y su mujer Ivette Duhau han logrado sacar adelante su Pyme, que ya tiene 35 años de existencia. Juntos, han tenido, criado y educado a Mariana, Valentina y Florencia, “mandándolas al mundo bien formadas”, que ese sería el objetivo central de la pequeña empresa llamada matrimonio. Hoy sólo Florencia, estudiante de Derecho de 24 años, vive con ellos. La mayor, Mariana, está casada y ya los hizo abuelos, y el rudo Villegas debe reconocer que ante su nieta Sabina cae de hinojos, pone los ojos en blanco, por usar algunas de sus expresiones favoritas y no decir sencillamente que babea. “Es una niñita de 5 años, que habla de corrido. Está aprendiendo alemán. Es una bala. ¡Sí, señor!“, la describe y cuenta que religiosamente todos los jueves pasa las tardes con ellos, los tatas.
Los jueves es también el día que almuerza con el equipo de Tolerancia Cero, para planear la pauta del programa del domingo siguiente, que sale al aire en vivo después del noticiero central. Eso desde hace 16 años. “Soy un tipo rutinario, valoro la continuidad”, comenta, aludiendo a su pega más visible en el espacio de debate de actualidad en pantalla más influyente de la televisión chilena. Allí fue donde hace un par de domingos se mandó el desacertado aserto “pasó la vieja” en materia de derechos humanos, armando una batahola en Twitter que no le hace agachar la cerviz. “Me importa un cuete que un librero de barrio no quiera vender mis libros”, declaró a La Tercera. Y en su estilo habitual insistió en que reconciliación, verdad, justicia, no son palabras de moda y que eso no es su culpa. Lo más “conciliador” que dijo fue que la gente debe atender a lo que se expresa y que la propia afectada, Carmen Gloria Quintana, sobreviviente al horrible crimen, declaró en Tolerancia Cero que a ella y a su caso “nadie les daba bola”.
Con la misma falta de dramatismo, a propósito del programa en que lleva tantos años, nos responde a la pregunta.
Se fue Jaime de Aguirre, líder de Chilevisión por años; renunció Fernando Paulsen; Bianchi, chao. ¿Qué te parece que se esté desgranando el choclo en “Tolerancia Cero”?
He visto desgranarse y engranarse el choclo de “Tolerancia Cero” varias veces desde que estoy ahí. El programa lo inventé yo, junto con Alejandro Guillier y Felipe Pozo, que era director del canal en los tiempos en que los dueños eran los venezolanos. No inventamos la pólvora, porque el formato es bien simple: cuatro panelistas que analizan la actualidad. En general, yo ni ahora, ni antes, ni en esta desgranada, ni en alguna anterior, ni en ninguna cosa, me meto mucho, porque mi indiferencia es universal, olímpica y ecuménica. Como el cacique de la tribu, he visto desfilar frente a mi tienda a muchas personas, de modo que no voy a venir a alborotarme con esta última desfilada de gente.
Efectivamente, por el espacio han pasado 14 panelistas desde que partió en 1999, incluyendo al abogado Ricardo Israel, que fue candidato presidencial en la última elección; al periodista deportivo Aldo Schiapaccasse y al ingeniero comercial Sergio Melnick, entre otros. A la hora de pasar revista, el único de sus compañeros que le hace arriscar la nariz a Villegas es Melnick. “No hablemos de él mejor, en serio. El hombre tiene un carácter un poquitito conflictivo y hemos tenido algunos choques muy desagradables, así es que no”. Con todos los demás mantiene relaciones cordiales y con algunos algo cercano a la amistad, que él precisa así. “Si amistad es contacto frecuente, no soy amigo de ninguno ni de nadie. Pero si te refieres a un vínculo de cariño, estimación y afecto mutuo, sí. Con Matías del Río, con Fernando Paulsen, a pesar de que somos tan distintos, y con Alejandro Guillier, tengo eso”.
¿Qué te parece la carrera política por la que optó Guiller?
Ahí lo tienes, prácticamente está lanzando su carrera presidencial. Más activo no puede estar.
¿Votarías por él?
Yo voto por cualquiera que me nombre embajador en París.
Voto por cualquiera, dices, ¿incluido ME-O, por ejemplo?
No, por ese huevón, no. No, pues, con él no quedaría país. No habría embajada en París. Tendríamos que asilarnos en un sanatorio.
¿Si te la hubiese ofrecido Sebastián Piñera habrías aceptado?
No, no -dice, poniéndose algo más serio. Y agrega: -Yo con esto de la Embajada en Francia bromeo, porque suponiendo que hubiera alguien que me ofreciera tal cosa, yo le diría que no. ¿Sabes por qué? Porque prefiero mi casa, porque me da lata moverme a cualquier otra parte. Porque aquí estoy muy cómodo, como tú me puedes ver. ¿Para qué tendría que irme a otro lado?
¿COMUNISTA O CONSUMISTA?
Su casa hoy es suya. “En realidad es del banco, porque la estoy pagando”, dice, en un cambio de actitud radical al que tenía hace años cuando privilegiaba la opción de arrendar. Entonces vivió en un par de casas en Ñuñoa, que le conocí, donde dedicaba las tardes al jardín, en una afición que pocos supondrían en este hombrón grande, para muchos atemorizante, que dispara palabras con la regularidad de “un caudal”. Él prefiere esa expresión, cuando le digo que su fluidez verbal, su capacidad discursiva, se asemeja a un borbotón. “Caudal suena mejor. Borbotón parece un vómito y yo no vomito palabras. Yo las vierto, las derramo, las riego”, precisa, mientras por la ventana veo al jardinero regando -precisamente- las plantas del profundo jardín trasero de esta antigua casa georgian, que una de sus hijas descubrió al sur de Ñuñoa.
Así fue como hace casi una década,Villegas y su familia se instalaron en esta estilizada versión chilena del palacete de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, que él se ha encargado de parapetar tras enormes árboles crecidos. Con un luminoso y espectacular hall de entrada, piso de parquet y una escalera curva que conduce al segundo piso y por la que bajó Villegas con su hija Mariana del brazo el día de su matrimonio, la casa hoy resulta más que generosa en espacio. Tanto así, que nuestro entrevistado tiene dos escritorios a falta de uno. “Son gemelos, a veces escribo allá y a veces acá”, cuenta, arrellanado en un bergere de cuero y rodeado de rumas de libros en precario equilibrio.
En esta acogedora cueva, Villegas lee, escribe sus columnas para el diario La Tercera y un libro en promedio por año, juega ajedrez contra el computador y escucha música, clásica y jazz. Por las mañanas, de lunes a viernes, hace Las Cosas por su Nombre, un programa en la radio Agricultura, junto a la ex vocera de Piñera, Cecilia Pérez. En él, disparan sin anestesia contra el gobierno, apoyándose en los comentarios que en redes sociales les hace una “feligresía” tan crítica como ellos.
¿Cómo fue que te derechizaste, Fernando?
A ver, este es un tema de relatividad: el país se corrió a la izquierda y por lo tanto uno parece que está más a la derecha, pero en realidad uno se ha mantenido en lo de siempre. Yo no pienso muy diferente en estas materias de política económica y social a cuando estaba en la radio Duna, pero el país se fue frenéticamente para la izquierda y la mayor parte de la gente, que suele ser muy gregaria y no tiene pensamiento propio, siguió la onda. Si el país se fuera a la derecha, como de hecho pasó cuando estaba gobernando Pinochet, algunos me tacharían de comunista, que era lo que sucedía entonces. Todo depende de desde dónde te miran, y sobre todo de si los que te miran son los tontos fanáticos, especie de la cual está lleno el país. Si no transmites en la misma sintonía que ellos, si no repites sus clichés, entonces te vuelves sospechoso, luego te tildan de sedicioso y, acto seguido, eres fascista. Enemigo declarado del proceso revolucionario, pero en verdad tú no has cambiado nada. Simplemente es el país el que cambió. A mí me abisma la cantidad de gente que ha sufrido un proceso de senilidad política. Que les ha venido una segunda infancia ideológica y están tratando de revivir lo que pensaban a los 14 años, y digo “pensaban” como una figura lingü.stica nomás. Que ellos estén seniles ideológicamente es su problema, no mío.
O sea, no es que te hayas vuelto momio con la edad, como suele pasar.
No, no, incluso yo he dicho más de una vez en el programa en la Agricultura que soy republicano, que no estoy casado con nadie. No soy de derecha porque no pertenezco a esos círculos. Simplemente cuando uno empieza a escuchar esos discursos sesenteros de la revolución, las reformas y los cambios profundos, uno ya sabe en qué puede terminar todo. Mal que mal, vivo en este país y si por esas tonteras Chile se hunde, yo me hundo con él.
Fernando Villegas hace muchos, muchos años fue comunista, como su mamá, señora inquieta, culta y de origen francés, que se separó tempranamente de su padre, quien no tenía filiación política. “A mi papá no le interesaban esas cosas, creo, porque no vivíamos juntos, así es que no hubo tiempo de entrar a la plática ideológica, ni tampoco me interesaba. Él murió en 1972, antes del Golpe, a los 62 años, más joven de lo que yo soy ahora”.
¿Y cuándo dejaste de ser comunista?
En esto pasa como con todo. Si empiezas a escarbar para atrás, encuentras que hubo un momento en el que creías en el Viejo Pascuero, pero de repente dejaste de hacerlo. Lo mismo me pasó a mí con las ideas marxistas. Es cierto, alguna vez estuve en la Jota, pero empecé a estudiar más, a saber más, a pensar más y… ¡me subieron el sueldo!, entonces dejé de ser comunista -dice, entre risas, celebrándose la ocurrencia. Y agrega: -Como decía un amigo:“En la vida, o eres comunista o eres consumista”.
¿Cuándo elegiste ser consumista?
Se pone serio para responder, y dice que hay un punto en que te das cuenta que las ideas revolucionarias “son puras pelotudeces. Pelotudeces peligrosas, que han arruinado a decenas de países y millones de personas en el mundo”, y que no tiene sentido persistir en el error. A su mamá, que murió a los 81 años, recuerda que intentaba convencerla de abandonar su izquierdismo con argumentos concretos: “Si ya ni Gorbachov es comunista, cómo lo va a seguir siendo usted, mamá”.
GENUFLEXO Y LAMECULOS
Sentado en su bergere, con el sol del invierno pegándole de refilón, Villegas está sereno como gato de chalet. Dada la placidez del momento, le pregunto si a estas alturas de la vida está satisfecho con lo logrado. Mal que mal, sin haberse titulado de sociólogo y habiendo trabajado en los oficios más diversos, ha llegado a ser una voz influyente en la escena nacional, un generador de opinión pública, un tipo con tres trabajos estelares, tres hijas que lo enorgullecen, un matrimonio de larga data y una señora que aunque lo considera “un extraterrestre”, lo aguanta.
Responde: “Diré que estoy agradecido de la vida. Con mi mujer nos hemos sacado la cresta y además ha habido suerte. Ella ya no trabaja. Estuvo años como administrativa en Air France y ahora se dedica a la escultura, hace cosas artísticas, en la casa. Yo me he pasado la vida trabajando. Ahora mismo tengo tres pegas y de repente hago charlas, que por supuesto, son rentadas y le reportan unos pesos extras a este pobre turco”, dice golpeándose la guata.
¡Qué materialista!
Cualquier persona con un dedo de frente es platera. Como decía mi padre, en una frase estupenda: “Hay que ser inmensamente rico para jurar votos de pobreza”. Cuando no eres rico, la plata es una preocupación permanente. De eso vivimos, de lo que ganamos. Yo tengo tres trabajos y duro harto en todas las pegas. Duro hasta que me aburro o hasta que me echan, aunque es raro que me saquen, porque cumplo con los requerimientos básicos. A saber: entrego la mercancía, respeto las reglas del lugar y no me meto a intrigar ni tampoco me dejo tentar con cantos de sirenas como ha ocurrido con algunos compañeros del programa a los que les han ofrecido otra cosa y salen volando y se encuentran con que la pampirolada era más falsa que un billete de palo. Yo valoro la continuidad y soy un tipo muy rutinario, como ya te expliqué antes.
Asegura que todos los días hábiles de su vida entra a la ducha exactamente a la misma hora: 8:32. Ducha de agua fría, cualquiera sea la estación del año. Comenta que se demora lo justo y necesario para jabonarse, enjuagarse y salir arrancando.
Ya que estamos en plan de intimidades, le espeto una pregunta cruda: ¿Te sientes viejo, Fernando?
Ya no hay nada que mirar en mí: estoy transformado en un anciano decrépito, de 66 años -dice, tirándose al suelo, pero luego se da ánimo y reflexiona: -Es imposible estar siempre de 40. La única forma de seguir viviendo es envejecer. Ahora, una cosa es que uno tenga más uso y otra que se encuentre deteriorado. Hoy, es cierto: me duelen algunas cosas y hay otras que ya no siento. Eso es lo peor. Pero la edad trae algunas cuestiones buenas. Como que todas las cosas que tú sabes, que has estudiado, empiezan a encajar unas con otras y a formar un cuadro más completo y más rico del mundo. No quiero decir necesariamente que llegas a la verdad, sino que llegas a un cuadro más completo de tu visión del mundo, sea falsa o verdadera, eso no importa. Alcanzas una sensación de plenitud intelectual, de estar cosechando todo lo que sembraste a lo largo de años, que en mi caso son lecturas y pensamientos. Durante un lapso de tu vida logras, como los malabaristas chinos, sujetar y hacer girar todos los platillos al mismo tiempo. Eso, claro, no es eterno. Llegará el minuto en que se me empezarán a caer los platillos.
¿Compartes esa frase que dice que los 50 años de hoy son los 30 de ayer?
Es posible. Estaba leyendo un artículo sobre gente que nació el mismo año a los que siguieron durante toda su vida. La conclusión es que se envejece a velocidades muy diferentes. Hay algunos que a los 40 ya están para el asilo y otros que a los 70 tienen cuerpo de 40. Cuando yo era cabro chico, los amigos de mi mamá, gente de 30, de 40, me parecían unos ancianos eternos. Estaban encorvados, casposos, con almorranas, para la cagada. Entonces ciertamente la salud era mucho más precaria que hoy y se envejecía antes.
A Fernando Villegas le gusta que uno le celebre las ocurrencias. Las descripciones extremas, las declaraciones rimbombantes. Mal que mal, su pega ha consistido en eso: “Me pagan por hociconear. De eso se trata mi trabajo, para eso me pagan”. También escribe como habla, de manera caudalosa. Ahora mismo acaba de lanzar Del amor y todo eso, un libro que originalmente iba a tratar sobre sexo, pero la editorial lo convenció de que mejor fuera acerca del amor; lo otro vendría por añadidura. “¿Te ha gustado el libro?”, me pregunta. Y antes de que responda, está diciendo: “Sí, obvio que se parece a todas las cosas que hago.
Voy metiendo todo lo que he leído, dándole una interpretación. Cito a gente interesante, cuyas reflexiones me parece importante divulgar. Pero no es pura divulgación, agrego cosas de mi cosecha. Es un mix, como diría un siútico”.
Poco celebrados por la crítica, pero muy bien acogidos por el público, Fernando propone a la editorial un tema por año y así lleva 17 libros publicados, dos de los cuales son ficción. Una novela rosa, título que lanzó el año pasado, aparecerá en septiembre en España, al amparo de Penguin Random House, lo que no es poca cosa. “Fíjate que me la comentaron bien en El Mercurio, pero aunque yo escribiera una maravilla, aunque fuera autor de El Quijote, no me darían pelota los del mundillo literario de este país, porque para eso tendría que ir al Liguria a curarme o formar parte de alguna de las generaciones en boga. Pero como estoy en la tele, no me toman en serio. Pero para que vean los huevones: ahora me van a publicar en España”, despotrica.
La novela trata de un escritor de género rosa, exitoso, pero medio venido a menos, que contrata como ghost writter a un ambicioso alumno de su taller literario. Un tema muy masculino: el del viejo en competencia con el joven, que corre en paralelo con la trama de una novela rosa. “Es como una cajita dentro de una cajita”, cuenta. Y asegura que se divirtió mucho escribiéndola, cuestión que no dudamos.
Villegas es escritor y lector por vocación y doctrina. Le gustan las palabras, por eso engancha cuando hablamos de sus expresiones recurrentes, como genuflexo o lameculo. “Hay muchos de esos, por donde mires están. Pero no los menciono con nombre y apellido, porque como tú sabes bien, porque has leído mi opus, yo no personalizo mis juicios”.
Es una astuta medida de supervivencia.
No. Es por modales, por buena educación. Eso de atacar a una persona aprovechando que tienes una tribuna, me parece simplemente una rotería.
A los que sí nombra es a los que construyen buenas frases, expresiones verbales que expresan ideas poderosas con gracia, como la de lord Chesterfield sobre el acto sexual, que aparece en su libro Del amor y todo eso y que citamos al inicio de esta entrevista.
Hace años, tuvimos la idea de escribir un libro juntos. Manual del perfecto apitutado, se iba a llamar. Antes de que me sentara a pensar, Villegas ya tenía listo un capítulo. “Yo puedo escribirte un libro completo en una semana si me apuras. Me sale fácil. Es un caudal grande, poderoso, el mío”, se promueve. Y cree que nuestro libro de entonces hoy caería mal. “No es un tema agradable el del pituso. Provoca rabia, lo que no es un sentimiento propicio para que te compren libros. Estos son los tiempos de los empoderados, que andan sacando pecho y acusando a todo el mundo. ¿Te has fijado que hasta los peatones en los pasos de cebra sacan pecho y se demoran harto haciendo valer su derecho al paso peatonal? En este país de enrabiados ya es muy difícil hacer chistes”.
Hay que escribir novelas entonces, como están haciendo muchos.La ficción permite más juego.
Eso también es peligroso. Como decía alguien: “El procesador de texto ha hecho mucho daño”. Hoy resulta tan fácil escribir que cualquiera se las manda y escribe basura. Aunque es mejor que escriban a que hablen, por lo menos escribiendo están callados.
Eres un salvaje -le digo, celebrándole las sentencias lapidarias.
Es que a mí me gusta divertir a la gente. Tengo una profunda vocación de tony. Me gusta producir ese efecto con alguna frase, ya sea burda o ingeniosa, lo importante es que se rían. Siento que así hago un servicio a la humanidad.